Para el día de hoy (13/07/18):
Evangelio según San Mateo 10, 16-23
El discipulado fiel de Cristo no requiere una profusa formación intelectual como rasgo primordial, aunque ello pueda ser una respetable herramienta de cultivo y disciplina. El discipulado fiel se fundamenta en una profunda y personal experiencia de Jesús.
A partir de esa experiencia, todo se transforma y ya nada será distinto. Superando por lejos lo meramente sensacional -pues la raíz misma de la existencia se vé tocada- hay un impulso decisivo hacia el compromiso con la propia vida y misión de Jesús de Nazareth, el anuncio del Reino de Dios y los signos que lo acompañan.
El compromiso naciente es anuncio y profecía. Anuncio de la Buena Noticia del Reino y denuncia de todo lo que se le opone.
La profecía y los profetas se distinguen por su voz clara, sin ambages, sin discursos velados o arcanos incomprensibles. De cualquier otro modo, hay visos de complicidad.
Pero a menudo el compromiso se expresa en silencio, un silencio por demás elocuente, que es ser sal de la tierra y luz del mundo, existencias transformadas que fecundan la cotidianeidad con destellos de infinito.
Esas vidas que se sustentan en el Espíritu del Resucitado, necesariamente, ponen en evidencia las tinieblas, la muerte, la mentira. Y ello provoca reacciones terribles, pues al mundo y muy especialmente a los poderosos les resulta gravoso que se llame a las cosas por su nombre y que haya personas y corazones que no se puedan comprar.
Las perspectivas que nos ofrece el Maestro, desde una perspectiva mundana, son espantosas. Corderos inermes en medio de lobos. Pero desde lo pequeño, desde lo que es débil, Dios se manifiesta en plenitud.
Somos testigos de Alguien que nunca nos dejará solos, que hablará por nosotros, que está, estará y regresará para congregar a todos sus hermanos y amigos.
Anuncio y profecía encuentran sus raíces en ese Cristo de nuestras esperanzas, desde una sencillez que no desdeña la inteligencia, y desde una confianza que por el amor de Dios produce milagros.
Paz y Bien
A partir de esa experiencia, todo se transforma y ya nada será distinto. Superando por lejos lo meramente sensacional -pues la raíz misma de la existencia se vé tocada- hay un impulso decisivo hacia el compromiso con la propia vida y misión de Jesús de Nazareth, el anuncio del Reino de Dios y los signos que lo acompañan.
El compromiso naciente es anuncio y profecía. Anuncio de la Buena Noticia del Reino y denuncia de todo lo que se le opone.
La profecía y los profetas se distinguen por su voz clara, sin ambages, sin discursos velados o arcanos incomprensibles. De cualquier otro modo, hay visos de complicidad.
Pero a menudo el compromiso se expresa en silencio, un silencio por demás elocuente, que es ser sal de la tierra y luz del mundo, existencias transformadas que fecundan la cotidianeidad con destellos de infinito.
Esas vidas que se sustentan en el Espíritu del Resucitado, necesariamente, ponen en evidencia las tinieblas, la muerte, la mentira. Y ello provoca reacciones terribles, pues al mundo y muy especialmente a los poderosos les resulta gravoso que se llame a las cosas por su nombre y que haya personas y corazones que no se puedan comprar.
Las perspectivas que nos ofrece el Maestro, desde una perspectiva mundana, son espantosas. Corderos inermes en medio de lobos. Pero desde lo pequeño, desde lo que es débil, Dios se manifiesta en plenitud.
Somos testigos de Alguien que nunca nos dejará solos, que hablará por nosotros, que está, estará y regresará para congregar a todos sus hermanos y amigos.
Anuncio y profecía encuentran sus raíces en ese Cristo de nuestras esperanzas, desde una sencillez que no desdeña la inteligencia, y desde una confianza que por el amor de Dios produce milagros.
Paz y Bien
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