Para el día de hoy (28/07/18):
Evangelio según San Mateo 13, 24-30
Quizás en la lectura de hoy volvamos a encontrar la trascendencia de las parábolas: Jesús les enseñaba a las gentes las cosas de Dios a partir de lo cotidiano, de cosas que vivían a diario esas personas que, en gran medida, eran peones de campo y agricultores. Pero hay más, y se trata de que mediante esas comparaciones sencillas, el pueblo intuía que el Reino se entrelazaba con la realidad cotidiana.
En aquellos tiempos el cultivo del trigo tenía un carácter de primera necesidad, pues a partir de la harina se amasaba el pan que para Israel y para los pueblos de Oriente Medio era el alimento primordial por excelencia. Era raro que los pobres comieran carne excepto algunos pequeños peces, y por eso la falta de pan implicaba el hambre y ponía en riesgo la supervivencia.
Esos campesinos conocían lo que solía pasar en los sembrados: junto a los tallos del trigo crecía también la llamada cizaña, término que remite a una serie de plantas similares conocidas como falso trigo -lolium temulentum-. Las dos plantas, en los estadios iniciales del crecimiento son muy parecidas y por ello muy difíciles de diferenciar. Pero la cosa cambia cuando fructifican, las espigas de trigo tienen granos dorados y ovalados mientras que la cizaña brinda frutos redondos de color violáceo. La primera producirá la harina elemental, mientras que la segunda es venenosa, altamente tóxica, incomible.
El otro gran aspecto es el de las raíces: la cizaña poseía raíces fuertes y frondosas que en la etapa del crecimiento se entrelazan con las raíces del trigo. Una vez crecidas y germinales, los campesinos -al advertir al fin la diferencia- no pueden simplemente arrancar la cizaña pues al hacerlo dañarían al buen trigo.
No se puede erradicar lo malo sin lastimar profundamente lo bueno.
El Maestro dá un paso más, y es revelar que ese surgimiento no es fortuito sino deliberado, neta acción del enemigo para que no haya buen trigo, para impedir el pan, para que se disemine el veneno y la muerte.
Nosotros, como labriegos al cuidado del campo que se nos ha confiado, no nos podemos arrogar la función propia del Dueño, que al tiempo final de la cosecha separará el trigo de la cizaña, porque no nos corresponde y porque a su vez, el dañor que provocaremos será aún mayor que el bien que se pretende.
La convocatoria a la paciencia es asombrosa, y a la vez nos abre los ojos a la quebradiza realidad humana. No se trata de internarse en el fango de un maniqueísmo que justifique los quebrantos y miserias. Trigo y cizaña son muy parecidos, pero no son lo mismo, de ninguna manera.
Lo que importa es el fruto, el destino de pan que será la evidencia de la bondad de la semilla que nos ha crecido en este pequeño terreno fértil que es nuestro corazón.
Paciencia y esperanza.
Paz y Bien
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