Domingo 13º durante el año
Para el día de hoy (01/07/18):
Evangelio según San Marcos 5, 21-24. 35b-43
Se trata de dos mujeres.
Una que recién asoma a la vida, y que sin embargo es dada por muerta, parece que la vida se le ha apagado, es una joven flor trunca de doce años. Para todos ya sólo le queda el rótulo lóbrego de la vida que se fué. Pero para el Maestro sólo duerme.
La otra, en similitud numérica, lleva doce años con hemorragias -¿metrorragias? ¿alguna displasia ginecológica?- por las que la vida se le vá yendo sin detenerse. Es una mujer que es mejor evitar, pues todo el que se le acerque se volverá tan impuro como ella misma. Esa mujer está condenada por esas ideas a la soledad agravada por la dolencia que le impide ser una mujer plena en su cuerpo y su feminidad, excluida de suyo del amor matrimonial, del engendrar hijos, demolida por todas las vergüenzas que le endilgan.
La niña es hija de un hombre poderoso, Jairo, jefe religioso de muy buena posición; seguramente por su edad, ya se planea un casamiento arreglado sin sus afectos y sin su opinión. Aún con todo su poder, Jairo nada puede hacer, sólo le queda el rescoldo inapagable de la fé y la orientará a ese rabbí galileo que tanto bien dicen que brinda.
La otra mujer, con todo y a pesar de todo no se resigna, y clandestina -pues las precondiciones la excluyen de todo- se acerca al Maestro con una fé conmovedora, sabedora de que si puede llegar siquiera a su periferia encontrará salud y liberación.
Las dos serán sanadas y puestas en pié a pura fuerza de bondad.
La niña, merced a la fé de Jairo. La hemorroísa, por la confianza sin desmayos. Ambas, por un Cristo que las reconoce como hermanas e hijas.
Hemos aplastado en nuestras costumbres todo indicio del valor eterno de la feminidad. Porque Dios es Padre y Madre, y fantásticamente se aleja de nuestros torpes moldes masculinos.
En aras de vaya a saberse qué cuestiones disciplinarias, dejamos que la mujer se apague y se duerma poco a poco, en trance casi de muerte. Y, es claro que hay un principio de acción y reacción, y tantos siglos de supresión también han dado origen a nuevos ghettos, esa ideología de género que es un triste remedo de reivindicación de derechos, pero sólo es una discriminación maquillada de positivismo.
Bendito sea Dios que nos incomoda y nos desestabiliza. Porque el Evangelio tiene clave de mujer, desde la misma María de Nazareth y desde el corazón sagrado de Jesús.
Una que recién asoma a la vida, y que sin embargo es dada por muerta, parece que la vida se le ha apagado, es una joven flor trunca de doce años. Para todos ya sólo le queda el rótulo lóbrego de la vida que se fué. Pero para el Maestro sólo duerme.
La otra, en similitud numérica, lleva doce años con hemorragias -¿metrorragias? ¿alguna displasia ginecológica?- por las que la vida se le vá yendo sin detenerse. Es una mujer que es mejor evitar, pues todo el que se le acerque se volverá tan impuro como ella misma. Esa mujer está condenada por esas ideas a la soledad agravada por la dolencia que le impide ser una mujer plena en su cuerpo y su feminidad, excluida de suyo del amor matrimonial, del engendrar hijos, demolida por todas las vergüenzas que le endilgan.
La niña es hija de un hombre poderoso, Jairo, jefe religioso de muy buena posición; seguramente por su edad, ya se planea un casamiento arreglado sin sus afectos y sin su opinión. Aún con todo su poder, Jairo nada puede hacer, sólo le queda el rescoldo inapagable de la fé y la orientará a ese rabbí galileo que tanto bien dicen que brinda.
La otra mujer, con todo y a pesar de todo no se resigna, y clandestina -pues las precondiciones la excluyen de todo- se acerca al Maestro con una fé conmovedora, sabedora de que si puede llegar siquiera a su periferia encontrará salud y liberación.
Las dos serán sanadas y puestas en pié a pura fuerza de bondad.
La niña, merced a la fé de Jairo. La hemorroísa, por la confianza sin desmayos. Ambas, por un Cristo que las reconoce como hermanas e hijas.
Hemos aplastado en nuestras costumbres todo indicio del valor eterno de la feminidad. Porque Dios es Padre y Madre, y fantásticamente se aleja de nuestros torpes moldes masculinos.
En aras de vaya a saberse qué cuestiones disciplinarias, dejamos que la mujer se apague y se duerma poco a poco, en trance casi de muerte. Y, es claro que hay un principio de acción y reacción, y tantos siglos de supresión también han dado origen a nuevos ghettos, esa ideología de género que es un triste remedo de reivindicación de derechos, pero sólo es una discriminación maquillada de positivismo.
Bendito sea Dios que nos incomoda y nos desestabiliza. Porque el Evangelio tiene clave de mujer, desde la misma María de Nazareth y desde el corazón sagrado de Jesús.
Quiera Dios que nuestras mujeres se pongan en pié, que dejen de abandonar, por tantos destratos crueles, una dignidad que el Dios de la Vida ha sembrado en todos los corazones por igual. Y que todos estemos allí, con valor, con coraje, con la mano tendida para que se levanten plenas, íntegras, felices.
Paz y Bien
Paz y Bien
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