Para el día de hoy (19/07/18):
Evangelio según San Mateo 11, 28-30
El yugo era conocido en el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth: se utilizaba para uncir los bueyes, y unidos por la fuerza de la madera del yugo que doblega su cerviz, dirigirlos hacia el surco para arar o hacia una ruta determinada, con un rumbo específico. Y el Maestro se valía de imágenes de la vida cotidiana para que todos comprendieran, una capacidad de la que quizás hemos abdicado, hablar de las cosas de Dios con el hombre y la mujer de hoy a partir de las cosas y situaciones que viven a diario.
Ahora bien, a grandes rasgos un yugo representa sumisión, inclinar el orgullo. Sumisión del pueblo ante su Dios. Sumisión ante el poder imperial romano. Pero también y especialmente, sumisión ante la Ley y los preceptos férreamente reivindicados por escribas y fariseos.
En esta oportunidad, Jesús se dirige a los pequeños, a los anawin del Señor, que soportaban la carga intolerable que le irrogaba esa religiosidad, sofocados en un mundo plano sin posibilidades de vincularse a un Dios por demás alejado e inaccesible, cuya bendición se derramaba para algunos pocos. Terrible la carga impuesta, terrible el yugo de la resignación.
En ese ámbito tan cerrado y doloroso, las palabras del Maestro llegan como una suave brisa que todo lo renueva, como rocío bienhechor que redime los desiertos. Son palabras de consuelo, de misericordia revolucionaria: cada mujer y cada hombre puede experimentar directamente y en plenitud el amor de Dios como Padre, la plenitud de la existencia, la cercanía del Creador, fuente de todas las alegrías.
Todo ello se hace posible en los asombros infinitos de la Gracia, y aprendiendo de Cristo, discípulos en mansedumbre y humildad.
Más aún, su Palabra atraviesa toda la historia y llega a los portales en donde languidecen todos aquellos que han sido menoscabados en humanidad, en integridad, en justicia.
Porque en Cristo y su Evangelio todas las esperanzas se renuevan y recrean.
Paz y Bien
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