San Francisco Solano, presbítero
Para el día de hoy (24/07/18):
Evangelio según San Mateo 12, 46-50
Probablemente, la escena que nos brinda el Evangelio para el día de hoy deba ser considerada en un marco mayor, más amplio. Es que Jesús de Nazareth asombraba y escandalizaba a propios y ajenos, no se comportaba de la manera que todos esperaban que lo hiciera; los dirigentes religiosos, que se sometiera dócilmente y sin cuestionamientos a su autoridad omnímoda, ortodoxa, excluyente, que no inventara más patrañas nuevas como las que propalaba y que cada día más se acercaban a la pena capital por blasfemo.
Pero sus parientes -su tribu nazarena, su clan- también lo miraban desconcertados: si bien de niño siguió a pies juntillas los pasos de su padre en el trabajo y la vida familiar, en cuanto se hizo hombre se largó a los caminos, a hablar de Dios de una manera asombrosa, a sanar enfermos, a rescatar excluidos e intocables, a decir las cosas sin ambages aún cuando ello supusiera exponerse a potenciales y terribles represalias por parte de las autoridades. Además de todo, no había en Él ningún deseo de prosperar, permanecía tan pobre o más que cuando se fué, voluntariamente se abstiene del amor de una mujer y del matrimonio y no quiere establecer una familia, sus esfuerzos nada aportan al villorrio.
Así, oscilando entre los enfrentamientos con los poderosos y la negación pertinaz de las tradiciones familiares, es dable inferir que sus parientes supongan que ese hombre esté fuera de sus cabales. Por lo general, a los que no comprendemos les adjudicamos cierto grado de patología. Su presencia a las puertas de esa casa en Cafarnaúm es por demás elocuente: no están allí para dialogar y razonar, están allí para reclamar pertenencia y hasta propiedad. Ese Jesús es de ellos y de nadie más, y por más fervores que palpite la multitud, Jesús no les pertenece.
Pero frente a esa presencia de reivindicación exclusivista, no hay invectivas ni recriminaciones por parte del Maestro. Él no se separa de los suyos, especialmente de su Madre, que quizás esté confundida pero que tenazmente cobija todas las cosas en las honduras cálidas de su corazón.
Son otras las cuestiones que verdaderamente le importan al Maestro, son otras las cosas que quiere establecer y escapar de los limitados parámetros sociales y hasta sanguíneos.
Porque la convocatoria del Dios de la vida trasciende esos lazos familiares, ampliándolos infinitamente y haciéndolos plenos. Son lazos familiares y espirituales los que quiere ofrecer Cristo, de familia inmensa, fruto de la paternidad amorosa de un Dios incansable.
Por eso mismo, señala a los suyos y los refiere como discípulos antes que apóstoles. Apóstol es el carácter que adquirirán por la misión conferida. Discípulo no es sólo el aprendiz, sino aquel que comparte pan y vida con Cristo, y que por la cercanía del Señor su existencia se transforma y su corazón se amplía de forma tal que en su alma pueden habitar sin problemas multitudes de hermanos.
Porque ser discípulo es volverse, por la Gracia, padre y madre, hermano y hermana, familiar muy cercano del mismo Dios.
Paz y Bien
Pero sus parientes -su tribu nazarena, su clan- también lo miraban desconcertados: si bien de niño siguió a pies juntillas los pasos de su padre en el trabajo y la vida familiar, en cuanto se hizo hombre se largó a los caminos, a hablar de Dios de una manera asombrosa, a sanar enfermos, a rescatar excluidos e intocables, a decir las cosas sin ambages aún cuando ello supusiera exponerse a potenciales y terribles represalias por parte de las autoridades. Además de todo, no había en Él ningún deseo de prosperar, permanecía tan pobre o más que cuando se fué, voluntariamente se abstiene del amor de una mujer y del matrimonio y no quiere establecer una familia, sus esfuerzos nada aportan al villorrio.
Así, oscilando entre los enfrentamientos con los poderosos y la negación pertinaz de las tradiciones familiares, es dable inferir que sus parientes supongan que ese hombre esté fuera de sus cabales. Por lo general, a los que no comprendemos les adjudicamos cierto grado de patología. Su presencia a las puertas de esa casa en Cafarnaúm es por demás elocuente: no están allí para dialogar y razonar, están allí para reclamar pertenencia y hasta propiedad. Ese Jesús es de ellos y de nadie más, y por más fervores que palpite la multitud, Jesús no les pertenece.
Pero frente a esa presencia de reivindicación exclusivista, no hay invectivas ni recriminaciones por parte del Maestro. Él no se separa de los suyos, especialmente de su Madre, que quizás esté confundida pero que tenazmente cobija todas las cosas en las honduras cálidas de su corazón.
Son otras las cuestiones que verdaderamente le importan al Maestro, son otras las cosas que quiere establecer y escapar de los limitados parámetros sociales y hasta sanguíneos.
Porque la convocatoria del Dios de la vida trasciende esos lazos familiares, ampliándolos infinitamente y haciéndolos plenos. Son lazos familiares y espirituales los que quiere ofrecer Cristo, de familia inmensa, fruto de la paternidad amorosa de un Dios incansable.
Por eso mismo, señala a los suyos y los refiere como discípulos antes que apóstoles. Apóstol es el carácter que adquirirán por la misión conferida. Discípulo no es sólo el aprendiz, sino aquel que comparte pan y vida con Cristo, y que por la cercanía del Señor su existencia se transforma y su corazón se amplía de forma tal que en su alma pueden habitar sin problemas multitudes de hermanos.
Porque ser discípulo es volverse, por la Gracia, padre y madre, hermano y hermana, familiar muy cercano del mismo Dios.
Paz y Bien
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