Para el día de hoy (23/07/18):
Evangelio según San Mateo 12, 38-42
El pedido que le hacen algunos escribas y fariseos a Jesús de Nazareth no tiene nada de inocente, ni hay en ella intención de encontrar la verdad.
Esos hombres eran prejuiciosos en el sentido literal del término, es decir, que de antemano tenían un juicio amoldado a las personas y a las ideas a través del cual todo lo tamizaban, Ese filtro falaz todo lo mediatizaba, por lo cual era improbable que se encontraran frente a la realidad de la gente y al ámbito espiritual. Así, para ellos el Maestro era un provocador heterodoxo que socavaba las férreas tradiciones instauradas, un provocador de intenciones obscuras, un blasfemo irredimible.
Quizás lo peor fuera que ese hombre hablara de Dios Abbá, un Dios tan cercano como Padre, un Dios que salía en busca del hombre y que se hacía historia, tiempo, amigo, vecino, Hijo queridísimo. Ello echaba por tierra la imagen que propugnaban, un Dios terrible, severo y eternamente distante al que sólo se accede a través de los reglamentos de los que sólo ellos son guardianes absolutos e incuestionables.
Pero además hay otra cuestión más terrena, capciosa, espinosa de envidias bravas: ese Jesús era un galileo pobre de la periferia, que no tenía formación académica -hijo de carpintero al que se le nota el acento provinciano- que se arroga la potestad de enseñar cosas de Dios. Inadmisible.
El pedido de una señal o signo refiere a esos criterios: si ese hombre habla en nombre de Dios, que haga algo sobrenatural que vindique lo que dice, y así desdeñan todos los gestos de bondad, todas las señales de sanación, todos los signos de liberación que el prodiga a pura bondad.
La respuesta del Señor es durísima. Escribas y fariseos pertenecen a una generación malvada y adúltera que reclama un signo.
Malvada pues su soberbia obstinación impide que florezca el bien.
Adúltera, pues los esponsales amorosos de Dios con Israel han sido reemplazados por el maridaje de ellos con sus propios egos, con sus ambiciones de poder, con sus desprecios encendidos, con su perenne torpeza autorreferencial que no admite al otro.
La mención al profeta Jonás es la rebeldía del amor de Dios, del Reino aquí y ahora; Él no se somete a ese interrogatorio que busca la aprobación de esos hombres de religiosidad opresiva sin corazón. El profeta estuvo oculto en el vientre de la ballena y luego de tres días emerge en Nínive anunciando un mensaje divino de conversión.
El Señor estará tres días en el vientre de la tierra -tumba inútil- y emergerá resucitado, signo definitivo del amor de Dios que prevalece sobre la muerte. Algo más que Jonás, algo más que Salomón, algo más que la simple imagen de un Mesías conveniente adaptado a nuestros criterios mezquinos, solución temporal de algunas neurosis sin conversión, sin existencia transformada.
La urgencia de pasar a una vida bondadosa y fiel.
Paz y Bien
Esos hombres eran prejuiciosos en el sentido literal del término, es decir, que de antemano tenían un juicio amoldado a las personas y a las ideas a través del cual todo lo tamizaban, Ese filtro falaz todo lo mediatizaba, por lo cual era improbable que se encontraran frente a la realidad de la gente y al ámbito espiritual. Así, para ellos el Maestro era un provocador heterodoxo que socavaba las férreas tradiciones instauradas, un provocador de intenciones obscuras, un blasfemo irredimible.
Quizás lo peor fuera que ese hombre hablara de Dios Abbá, un Dios tan cercano como Padre, un Dios que salía en busca del hombre y que se hacía historia, tiempo, amigo, vecino, Hijo queridísimo. Ello echaba por tierra la imagen que propugnaban, un Dios terrible, severo y eternamente distante al que sólo se accede a través de los reglamentos de los que sólo ellos son guardianes absolutos e incuestionables.
Pero además hay otra cuestión más terrena, capciosa, espinosa de envidias bravas: ese Jesús era un galileo pobre de la periferia, que no tenía formación académica -hijo de carpintero al que se le nota el acento provinciano- que se arroga la potestad de enseñar cosas de Dios. Inadmisible.
El pedido de una señal o signo refiere a esos criterios: si ese hombre habla en nombre de Dios, que haga algo sobrenatural que vindique lo que dice, y así desdeñan todos los gestos de bondad, todas las señales de sanación, todos los signos de liberación que el prodiga a pura bondad.
La respuesta del Señor es durísima. Escribas y fariseos pertenecen a una generación malvada y adúltera que reclama un signo.
Malvada pues su soberbia obstinación impide que florezca el bien.
Adúltera, pues los esponsales amorosos de Dios con Israel han sido reemplazados por el maridaje de ellos con sus propios egos, con sus ambiciones de poder, con sus desprecios encendidos, con su perenne torpeza autorreferencial que no admite al otro.
La mención al profeta Jonás es la rebeldía del amor de Dios, del Reino aquí y ahora; Él no se somete a ese interrogatorio que busca la aprobación de esos hombres de religiosidad opresiva sin corazón. El profeta estuvo oculto en el vientre de la ballena y luego de tres días emerge en Nínive anunciando un mensaje divino de conversión.
El Señor estará tres días en el vientre de la tierra -tumba inútil- y emergerá resucitado, signo definitivo del amor de Dios que prevalece sobre la muerte. Algo más que Jonás, algo más que Salomón, algo más que la simple imagen de un Mesías conveniente adaptado a nuestros criterios mezquinos, solución temporal de algunas neurosis sin conversión, sin existencia transformada.
La urgencia de pasar a una vida bondadosa y fiel.
Paz y Bien
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