Nos reencontraremos con Dios en los hermanos que sufren












Santo Tomás, Apóstol

Para el día de hoy (03/07/18):

Evangelio según San Juan 20, 24-29






Fácil y razonable es la lectura que supone solamente la incredulidad de Tomás, y su empecinamiento en ver y tocar él mismo a su Maestro resucitado, aún cuando el resto de sus compañeros le insistieran en contrario.

Mas, podemos atrevernos a navegar en otros niveles de profundidad que en nada contradicen este postulado inicial. La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Vida que nos expande siempre el horizonte escaso de nuestras mínimas existencias.

Por ello mismo, podemos ubicarnos en esos ocho días de increíble testarudez.
Los otros diez discípulos -pueblo nuevo en ciernes, comunidad fundada desde la vida recobrada- estaban jubilosos porque Jesús vuelto a la vida y presente entre ellos les había devuelto la esperanza, y es símbolo de esa gente recreada que llamamos Iglesia.
Tomás no ha sido partícipe de esa alegría inconmensurable que significa vida victoriosa, muerte que no tiene la última palabra, el fin de todo temor, el destierro del no se puede. Se obstina en sus trece, a pesar del testimonio de lo que le relatan los otros, que han vivenciado en plenitud la increíble resurrección de Jesús y están movilizados por el Espíritu.

Tomás permanece en parámetros antiguos y lógicos, esos mismos que entienden la muerte como final, a un Mesías gloriosamente vencedor de sus enemigos y no a este Cristo derrotado en la cruz, y se encierra en su resignación.
Por otra parte, la escena conmueve: ocho días firme en su ceguera, a pesar de la insistencia de los otros.

Aún así, aún cuando Tomás bordea el orgullo, sucede lo impensado quizás como signo de los nuevos tiempos de la Gracia asombrosa y magnífica.
Se aparece ante ellos, y a Tomás especialmente, Jesús de Nazareth el Resucitado.

Sus manos tienen las marcas de los clavos romanos, su costado muestra la crueldad torpe de la lanza del soldado. Las marcas de la Pasión no se esconden, tal vez para recordarnos que el Resucitado es el Crucificado, y que la Resurrección sucede porque antes aconteció el amor mayor de la Cruz.

Sólo entonces Tomás lo reconoce, y es el Maestro, y es el Señor y es su Dios.

Nosotros tenemos ese reconocimiento pendiente.

Y es que Cristo está vivo y presente en las llagas y en las heridas de nuestros hermanos lastimados, de nuestros heridos, de nuestros crucificados.

Cuando nos arrecie la incertidumbre y nos acosen las dudas, nos reencontraremos con nuestro Dios en ese Jesús cuyo rostro resplandece especialmente en los que sufren.

Paz y Bien

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