Domingo 16º durante el año
Para el día de hoy (22/07/18)
Evangelio según San Marcos 6, 30-34
Los Doce habían regresado de la misión que el Maestro les había encomendado: habían hecho todo lo que Él les había mandado, sanado enfermos, enseñado las cosas de Dios. Será la primera vez que el Evangelista los llama apóstoles, es decir, enviados, que tienen la misma estatura ética y autoridad por Aquél que los ha enviado, y nó por mérito propio.
Es claro que regresan muy cansados: es algo nuevo para ellos, y la empatía con las gentes -tantos dolientes, tantos excluidos, tantos agobiados de miseria- les pasa factura. La compasión es asumir en el corazón y en los huesos el dolor del otro, que no es una abstracción romántica y agradable, es santamente concreta.
Es muy necesario el descanso, restablecerse, rehacerse de sentido, reponer fuerzas. Con gran veracidad, san Vicente de Paul observaba acerca de la necesidad de cuidar la salud, pues es trampa del Maligno engañar a las almas dedicadas a que hagan más de lo que pueden, y acaso así lleguen a una instancia de no poder hacer nada por querer hacer todo.
El Maestro lo sabe, conoce bien las necesidades y debilidades de los suyos. De los Doce, las tuyas, las mías, las nuestras, y se preocupa y ocupa, y es necesario prestar atención.
Es de imaginar la situación que se les planteaba: esos hombres agotados, de repente se encuentran rodeados por una multitud que busca a Cristo por todas partes, con confianza a veces, con desesperación muchos más. No tienen un segundo de calma ni pueden comer, y sucede -fruto de la extenuación- que no siempre campea la paciencia frente a instancias tan extremas.
Pero Cristo tiene una disponibilidad extraordinaria. Lo conmueve y moviliza el padecer de esa multitud a la deriva, ovejas perdidas sin pastor que las proteja, que las reconozca, que se ocupe de ellas.
No hay hora, ni momento ni circunstancia alguna que sea inconveniente para acudir a Él. Con nuestras necesidades, con mochilas de miserias, con tantos dolores, con todo lo que hay que llevar a su presencia.
En todo momento y en todo lugar, Él está siempre atento y dispuesto a la escucha y al auxilio, y allí está nuestro refugio y nuestra esperanza.
Paz y Bien
Es claro que regresan muy cansados: es algo nuevo para ellos, y la empatía con las gentes -tantos dolientes, tantos excluidos, tantos agobiados de miseria- les pasa factura. La compasión es asumir en el corazón y en los huesos el dolor del otro, que no es una abstracción romántica y agradable, es santamente concreta.
Es muy necesario el descanso, restablecerse, rehacerse de sentido, reponer fuerzas. Con gran veracidad, san Vicente de Paul observaba acerca de la necesidad de cuidar la salud, pues es trampa del Maligno engañar a las almas dedicadas a que hagan más de lo que pueden, y acaso así lleguen a una instancia de no poder hacer nada por querer hacer todo.
El Maestro lo sabe, conoce bien las necesidades y debilidades de los suyos. De los Doce, las tuyas, las mías, las nuestras, y se preocupa y ocupa, y es necesario prestar atención.
Es de imaginar la situación que se les planteaba: esos hombres agotados, de repente se encuentran rodeados por una multitud que busca a Cristo por todas partes, con confianza a veces, con desesperación muchos más. No tienen un segundo de calma ni pueden comer, y sucede -fruto de la extenuación- que no siempre campea la paciencia frente a instancias tan extremas.
Pero Cristo tiene una disponibilidad extraordinaria. Lo conmueve y moviliza el padecer de esa multitud a la deriva, ovejas perdidas sin pastor que las proteja, que las reconozca, que se ocupe de ellas.
No hay hora, ni momento ni circunstancia alguna que sea inconveniente para acudir a Él. Con nuestras necesidades, con mochilas de miserias, con tantos dolores, con todo lo que hay que llevar a su presencia.
En todo momento y en todo lugar, Él está siempre atento y dispuesto a la escucha y al auxilio, y allí está nuestro refugio y nuestra esperanza.
Paz y Bien
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