Para el día de hoy (26/07/18):
Evangelio según San Mateo 13, 10-17
Desde un punto de vista estrictamente literario, las parábolas son formas narrativas simbólicas fundadas en hechos verosímiles, que apuntan a contenidos o conclusiones no explícitas; habitualmente tienen un objeto didáctico o sapiencial, y dejan al oyente o al lector la puerta abierta a fines que no son tan evidentes a simple vista.
Jesús de Nazareth se valía de las parábolas para enseñar a las multitudes la novedad absoluta del Reino; sus parábolas se nutrían de hechos de la vida cotidiana que sus oyentes conocían bien, y a partir de eso que re-conocían podían llegar a una trascendencia insospechada, maravillosa y muy distinta a todo lo que habían aprendido hasta el momento, y muy probablemente nosotros hemos perdido esa capacidad de hablar de las cosas del Reino, de anunciar la Palabra a partir de lo que viven las mujeres y los hombres de hoy.
Pero algo ha de pasar y derribará cualquier presunción de automaticidad. Todo debe tener su tiempo de maduración y crecimiento para obtener buenos frutos, y es dable -y hasta necesario- presentar cierta desconfianza hacia todo aquello que se muestre como instantáneo.
Así sucede con la Palabra.
La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Viva, es la buena semilla que debe encontrar tierra buena en donde germinar con su escondida fuerza imparable, crecer en pequeños brotes y brindar, a su tiempo, asombrosos frutos. La Palabra también es un gran mar infinito sin orillas, de aguas mansas en las que nos sumergimos sin otro peligro que el que nos zozobren la soberbia y el egoísmo, y en cuyas profundidades -de seguro- encontraremos tesoros maravillosos.
Hay diversos niveles de profundidad a los que se accede, ante todo, con un corazón dispuesto. Son muy importantes exégesis, análisis y hermenéuticas, pero los buenos buceadores respiran principal y especialmente piedad.
Por ello los discípulos, a menudo, pedían al Maestro que les explicara la parábola, y a veces también esto sucedía por la propia iniciativa de Él. Se trata de ir sumergiéndose un poco más cada vez, en la espléndida ilógica del Reino: uno se hunde para ascender.
La comprensión profunda de la Palabra sólo acontece en la comunión fraterna, junto a los hermanos, y no por esfuerzo individual. La Palabra crece cuando se reune la Iglesia, dos o más juntos en su Nombre.
Sólo en la cercanía cordial del Maestro podemos acceder a las honduras infinitas de esa eternidad que se nos entreteje y ofrece en el aquí y el ahora.
Paz y Bien
Jesús de Nazareth se valía de las parábolas para enseñar a las multitudes la novedad absoluta del Reino; sus parábolas se nutrían de hechos de la vida cotidiana que sus oyentes conocían bien, y a partir de eso que re-conocían podían llegar a una trascendencia insospechada, maravillosa y muy distinta a todo lo que habían aprendido hasta el momento, y muy probablemente nosotros hemos perdido esa capacidad de hablar de las cosas del Reino, de anunciar la Palabra a partir de lo que viven las mujeres y los hombres de hoy.
Pero algo ha de pasar y derribará cualquier presunción de automaticidad. Todo debe tener su tiempo de maduración y crecimiento para obtener buenos frutos, y es dable -y hasta necesario- presentar cierta desconfianza hacia todo aquello que se muestre como instantáneo.
Así sucede con la Palabra.
La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Viva, es la buena semilla que debe encontrar tierra buena en donde germinar con su escondida fuerza imparable, crecer en pequeños brotes y brindar, a su tiempo, asombrosos frutos. La Palabra también es un gran mar infinito sin orillas, de aguas mansas en las que nos sumergimos sin otro peligro que el que nos zozobren la soberbia y el egoísmo, y en cuyas profundidades -de seguro- encontraremos tesoros maravillosos.
Hay diversos niveles de profundidad a los que se accede, ante todo, con un corazón dispuesto. Son muy importantes exégesis, análisis y hermenéuticas, pero los buenos buceadores respiran principal y especialmente piedad.
Por ello los discípulos, a menudo, pedían al Maestro que les explicara la parábola, y a veces también esto sucedía por la propia iniciativa de Él. Se trata de ir sumergiéndose un poco más cada vez, en la espléndida ilógica del Reino: uno se hunde para ascender.
La comprensión profunda de la Palabra sólo acontece en la comunión fraterna, junto a los hermanos, y no por esfuerzo individual. La Palabra crece cuando se reune la Iglesia, dos o más juntos en su Nombre.
Sólo en la cercanía cordial del Maestro podemos acceder a las honduras infinitas de esa eternidad que se nos entreteje y ofrece en el aquí y el ahora.
Paz y Bien
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