14º Domingo durante el año
Para el día de hoy (08/07/18):
Evangelio según San Marcos 6, 1-6a
Jesús había nacido en Belén de Judea pero se había criado y había crecido en Nazareth. De allí que se lo reconociera más por el lugar en donde estaban sus raíces -Jesús de Nazareth- que por el patronímico usual que solía utilizarse en su cultura, y que sería Jesús bar José, Jesús hijo de José. Quizás se deba a que en parte, somos lo que somos por donde se hallan nuestras raíces antes que por el lugar en donde se ha nacido, raíces familiares, raíces cordiales.
Él se largó a los caminos, fiel a su misión, en la plenitud de su ministerio de anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos, a todas las gentes, comenzando por Israel. Su fama de rabbí sanador se expandía y trascendía las fronteras, de modo que en cada lugar donde llegaba lo esperaba una multitud ansiosa de salud y hambrienta de verdad y justicia.
Pero en esa ocasión Él había regresado a su querencia, a su patria chica acompañado de sus discípulos. Ya no es el mismo, claro que nó, es Maestro, es profeta, es un Dios que se expresa y revela entre los suyos.
Sin embargo, los suyos no le reciben, y cuando ejerce su derecho a enseñar en el culto sabatino en la sinagoga, se miran estupefactos. No puede ser. Ellos lo conocen bien: es el hijo del carpintero y María, pariente de unos cuantos -el clan tiene su duro peso-, lo han visto jugar de niño, crecer a la sombra de su padre en el trabajo, hacerse hombre.
De ningún modo existe la posibilidad de que Él hable con esa sabiduría nueva y extraña -quién se cree que es-, no hay forma de que por derecha pueda hacer las cosas que hace. Sigue hablando con la misma tonada galilea, campesina y sencilla, sigue siendo un hombre pobre que se ha negado a construir una familia como es costumbre, es el mismo de siempre, que no pretenda hacerse el portavoz de Dios.
En realidad, lo que sucede es mucho más profundo que un simple y tóxico prejuicio por parte de esas gentes.
Se trata de que Cristo les revela un Dios cercano, un Dios tan accesible que se hace presente en medio de ellos, un Dios que se hace ofrenda, un Dios incondicional en su amor y sus afectos -aún cuando se esfuercen en los méritos-, un Dios profundamente escondido en lo humano.
Pero ellos siguen aferrados a esa imagen de un Dios distante, terrible y a la vez inaccesible, al que a la vez puede torcerse su favor mediante la observancia estricta de los preceptos. En esas estrategias retributivas, la misericordia no tiene lugar.
Sólo por el camino de la fé -don y misterio- es posible volver a reencontrarnos con ese Dios que siempre está de regreso, amigo y pariente fiel que nos visita en nuestra cotidianeidad. Y que tan a menudo se expresa por profetas de barrio y profetisas sencillas y humildes que la Iglesia nos florece, y que la misma Iglesia tristemente suele acallar.
Quiera Dios que nos podamos felizmente reencontrar con ese Dios carpintero que nos talle el corazón como mesa grande para los hermanos, cuna para nuestros hijos, cruz de la vida que se ofrece.
Paz y Bien
Él se largó a los caminos, fiel a su misión, en la plenitud de su ministerio de anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos, a todas las gentes, comenzando por Israel. Su fama de rabbí sanador se expandía y trascendía las fronteras, de modo que en cada lugar donde llegaba lo esperaba una multitud ansiosa de salud y hambrienta de verdad y justicia.
Pero en esa ocasión Él había regresado a su querencia, a su patria chica acompañado de sus discípulos. Ya no es el mismo, claro que nó, es Maestro, es profeta, es un Dios que se expresa y revela entre los suyos.
Sin embargo, los suyos no le reciben, y cuando ejerce su derecho a enseñar en el culto sabatino en la sinagoga, se miran estupefactos. No puede ser. Ellos lo conocen bien: es el hijo del carpintero y María, pariente de unos cuantos -el clan tiene su duro peso-, lo han visto jugar de niño, crecer a la sombra de su padre en el trabajo, hacerse hombre.
De ningún modo existe la posibilidad de que Él hable con esa sabiduría nueva y extraña -quién se cree que es-, no hay forma de que por derecha pueda hacer las cosas que hace. Sigue hablando con la misma tonada galilea, campesina y sencilla, sigue siendo un hombre pobre que se ha negado a construir una familia como es costumbre, es el mismo de siempre, que no pretenda hacerse el portavoz de Dios.
En realidad, lo que sucede es mucho más profundo que un simple y tóxico prejuicio por parte de esas gentes.
Se trata de que Cristo les revela un Dios cercano, un Dios tan accesible que se hace presente en medio de ellos, un Dios que se hace ofrenda, un Dios incondicional en su amor y sus afectos -aún cuando se esfuercen en los méritos-, un Dios profundamente escondido en lo humano.
Pero ellos siguen aferrados a esa imagen de un Dios distante, terrible y a la vez inaccesible, al que a la vez puede torcerse su favor mediante la observancia estricta de los preceptos. En esas estrategias retributivas, la misericordia no tiene lugar.
Sólo por el camino de la fé -don y misterio- es posible volver a reencontrarnos con ese Dios que siempre está de regreso, amigo y pariente fiel que nos visita en nuestra cotidianeidad. Y que tan a menudo se expresa por profetas de barrio y profetisas sencillas y humildes que la Iglesia nos florece, y que la misma Iglesia tristemente suele acallar.
Quiera Dios que nos podamos felizmente reencontrar con ese Dios carpintero que nos talle el corazón como mesa grande para los hermanos, cuna para nuestros hijos, cruz de la vida que se ofrece.
Paz y Bien
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