Para el día de hoy (10/07/12):
Evangelio según San Mateo 9, 32-38
(Las acciones de curación -milagros de sanación- de Jesús de Nazareth tienen siempre denominadores comunes a todas ellas: que Él se vuelca por entero hacia el que sufre, que se involucra en situaciones concretas y no en abstracciones y que todo lo que hace en favor del doliente está dirigido a la plenitud de la persona y no solamente a una situación particular.
Todo esto se magnifica cuando observamos con detenimiento el contexto: en la Palestina del siglo I abundaban las enfermedades, y estos padecimientos significaban con toda certeza abandono, ostracismo y soledad para el enfermo, a lo que debía añadirse el cruel concepto de que las dolencias eran castigos justificados de un dios verdugo a causa de pretéritos pecados. También y por ello mismo, la enfermedad era sinónimo de impureza religiosa que automáticamente excluía al enfermo de toda participación plena en el culto y en la sinagoga.
Esta situación tenía ribetes moralmente contagiosos: por esas normas de pureza, era menester alejarse del enfermo so pena de volverse uno mismo impuro.
Por ello mismo, las gentes estaban gratamente asombradas: lo que el rabbí nazareno hacía, nadie se había atrevido a hacerlo. Nunca había sucedido, esas bondades que llegaban a ellos de las manos de ese Jesús los volvía reales, existentes, importantes todos y cada uno de ellos para Alguien.
Sin embargo, los dirigentes fariseos lo repudiaban con denuedo; suele suceder siempre lo mismo, cada vez que el poder es silenciosamente cuestionado desde la caridad, y los fariseos no tienen en cuenta el bien que se hace, ni el amor de Dios invocado y proclamado. Sólo acusan por el poder que creen en disputa.
Aún así, Él iba por ciudades y pueblos anunciando la Buena Noticia y sanando todas las enfermedades y dolencias.
La Buena Noticia de un Dios Amor y Abbá allí en donde toda novedad suele ser mala, y junto a ello el alivio de penas y pesares.
Jesús de Nazareth no funda instituciones, no se detiene en la instrucción académica de doctrinas ni en especificaciones de culto. Él camina diciendo lo que nadie dice, y regala salud y consuelo en medio de un mar de sufrimiento e indiferencia.
Quizás nos hemos incapacitado para estas cosas tan decisivas: Palabras que den viva, compasión sin condiciones. Algún espíritu malo llevamos, y hemos perdido el habla, y con un poco de confianza Él nos curará para volver a decir lo que se calla, y volvernos humildes obreros en la edificación del Reino, ese recinto de bondad y justicia eternas que comienza en el aquí y ahora)
Paz y Bien
Todo esto se magnifica cuando observamos con detenimiento el contexto: en la Palestina del siglo I abundaban las enfermedades, y estos padecimientos significaban con toda certeza abandono, ostracismo y soledad para el enfermo, a lo que debía añadirse el cruel concepto de que las dolencias eran castigos justificados de un dios verdugo a causa de pretéritos pecados. También y por ello mismo, la enfermedad era sinónimo de impureza religiosa que automáticamente excluía al enfermo de toda participación plena en el culto y en la sinagoga.
Esta situación tenía ribetes moralmente contagiosos: por esas normas de pureza, era menester alejarse del enfermo so pena de volverse uno mismo impuro.
Por ello mismo, las gentes estaban gratamente asombradas: lo que el rabbí nazareno hacía, nadie se había atrevido a hacerlo. Nunca había sucedido, esas bondades que llegaban a ellos de las manos de ese Jesús los volvía reales, existentes, importantes todos y cada uno de ellos para Alguien.
Sin embargo, los dirigentes fariseos lo repudiaban con denuedo; suele suceder siempre lo mismo, cada vez que el poder es silenciosamente cuestionado desde la caridad, y los fariseos no tienen en cuenta el bien que se hace, ni el amor de Dios invocado y proclamado. Sólo acusan por el poder que creen en disputa.
Aún así, Él iba por ciudades y pueblos anunciando la Buena Noticia y sanando todas las enfermedades y dolencias.
La Buena Noticia de un Dios Amor y Abbá allí en donde toda novedad suele ser mala, y junto a ello el alivio de penas y pesares.
Jesús de Nazareth no funda instituciones, no se detiene en la instrucción académica de doctrinas ni en especificaciones de culto. Él camina diciendo lo que nadie dice, y regala salud y consuelo en medio de un mar de sufrimiento e indiferencia.
Quizás nos hemos incapacitado para estas cosas tan decisivas: Palabras que den viva, compasión sin condiciones. Algún espíritu malo llevamos, y hemos perdido el habla, y con un poco de confianza Él nos curará para volver a decir lo que se calla, y volvernos humildes obreros en la edificación del Reino, ese recinto de bondad y justicia eternas que comienza en el aquí y ahora)
Paz y Bien
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