Los ojos del nazareno

Para el día de hoy (22/07/12):
Evangelio según San Marcos 6, 30-34


(La Palabra para el día de hoy nos remite a dos situaciones entrelazadas en las que Jesús de Nazareth revela una mirada profunda, compasiva y atenta a las necesidades de los demás.

Los Doce regresaban de cumplir con el mandato que les había conferido: habían dado un salto infinito desde el discípulo-oyente pasivo al apóstol, mensajero proactivo portador de la mejor de las Noticias. Ellos mismos se han convertido en maestros de sus hermanos, y no es tarea fácil.
La magnitud de la tarea, las mieles del poder, la tentación del éxito y el desgaste psicofísico seguro hacen mella en sus humanidades galileas, y la reivindicación del agotamiento teñida de sinsentido es síntoma de enfermedad.

Jesús de Nazareth lo sabe; sus ojos profundos están siempre atentos a las necesidades primordiales de todos, y por ello quiere llevarlos a un sitio retirado, para enriquecerse de silencio, para alimentarse en calma, para pensar juntos sobre lo actuado y sobre lo pendiente.

Pero el Maestro no tiene descanso. Una multitud adivina hacia donde se dirige con los suyos, y lo sigue por todos los medios posibles.
Es una masa informe de gentes a la deriva, heridos de angustia, hambreados de pan y de respuestas, que intuye que algo -al menos- pueden encontrar en ese rabbí extraño de tonada parecida a la de ellos mismos.

Y Él vuelve a ver y mirar desde sus ojos únicos; dicen que los ojos son las ventanas del alma, y en Jesús de Nazareth uno se asoma al infinito de Dios mismo. No importa el cansancio, ni que hay que alimentarse, ni la necesidad de momentos y sitios despejados de bulla, hay muchos ambulantes que no saben hacia donde ir, pequeños peces navegando hacia cualquier lado, ovejas en peligro porque no hay un pastor que las cuide.

Desde sus mismas entrañas de misericordia, abandona cualquier necesidad personal y se pone a enseñarles con paciencia y dedicación, el tiempo que haga falta. Es una multitud hambrienta del pan diario y enflaquecida por ese mismo sistema cruel que la rechaza y le niega el alimento en su mesa, su dignidad intrasferible, su nobleza filial de Abbá.

El nazareno tiene los mismos ojos que María de Nazareth, siempre atenta y solícita a la fiesta que quieren concluir, a la vida que se consume, al vino ausente. Y aunque aún nos falte un enorme andar, tenemos pendiente un cambio de mirada hacia el necesitado, hacia el perdido, hacia el hambriento.
La misión de la Iglesia -la nuestra- quizás comience por conmoverse frente al dolor y, desde allí, actuar sin descanso)

Paz y Bien


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