Para el día de hoy (18/07/12):
Evangelio según San Mateo 11, 25-27
(La Palabra para el día de hoy es una inmensa exclamación de alegría que comienza con una advertencia para todos y cada uno de nosotros, que solemos gustar de acumular conocimientos -que no está mal- confiando que ese enciclopedismo religioso nos basta para alcanzar los favores divinos. Pero así como la erudición no es sabiduría, el exceso de prudencia, a menudo identificado con justificados conservadurismos, poco tiene que ver con la Buena Noticia.
Probablemente, si nos situamos en el tiempo histórico del ministerio de Jesús de Nazareth, podremos encontrar que esa admonición en principio iba dirigida a los sabios y prudentes de su época, es decir, a la aristocracia religiosa compuesta de escribas, exégetas enjundiosos, sacerdotes y doctores de la Ley, que solían poner barreras infranqueables entre su elite específica y el resto del pueblo, un pueblo que agonizaba en la opresión de crueles leyes de pureza/impureza, un pueblo a menudo despreciado por desconocer la ortodoxia y los preceptos, un pueblo hambriento de verdad y de un Dios al que constantemente le impedían acceder.
Hoy no es nuestra situación demasiado diferente.
Por eso el Maestro, sin excluir a nadie, se dirige principalmente a las gentes más sencillas, a pastores, pescadores y campesinos, y más aún, a aquellos a quienes un sistema puntillosamente organizado dejaba de lado por considerarlos indignos de participar en las cosas de Dios y en la vida misma.
Y estas gentes sencillas, estos pequeños que nada esperan de nadie y tan sólo confían en ese Dios al que pretenden esconderle, ellos son precisamente los que sonríen y disfrutan con la enseñanza de Jesús, además de conocer en sus cuerpos, en sus mentes y en sus almas el amor paternal de Abbá Padre de Jesús, que se manifiesta en las sanaciones rebosantes de ternura y compasión que el Maestro les prodigaba.
Hemos de volver allí, junto a ellos, a los pequeños, a los humildes que Dios ama entrañablemente. Y con el auxilio del Espíritu, volvernos parte de ellos, los que confían en Dios antes que en sí mismos, los que reciben la vida con ojos de niños descubriendo regalos, los que no se resignaron a no asombrarse, los que saben que el Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, los que son como María, Madre de Dios, la que es una canción perpetua que celebra la misericordia y la liberación de nuestro Dios.
La Buena Noticia está escondida en el corazón de los pequeños)
Paz y Bien
Probablemente, si nos situamos en el tiempo histórico del ministerio de Jesús de Nazareth, podremos encontrar que esa admonición en principio iba dirigida a los sabios y prudentes de su época, es decir, a la aristocracia religiosa compuesta de escribas, exégetas enjundiosos, sacerdotes y doctores de la Ley, que solían poner barreras infranqueables entre su elite específica y el resto del pueblo, un pueblo que agonizaba en la opresión de crueles leyes de pureza/impureza, un pueblo a menudo despreciado por desconocer la ortodoxia y los preceptos, un pueblo hambriento de verdad y de un Dios al que constantemente le impedían acceder.
Hoy no es nuestra situación demasiado diferente.
Por eso el Maestro, sin excluir a nadie, se dirige principalmente a las gentes más sencillas, a pastores, pescadores y campesinos, y más aún, a aquellos a quienes un sistema puntillosamente organizado dejaba de lado por considerarlos indignos de participar en las cosas de Dios y en la vida misma.
Y estas gentes sencillas, estos pequeños que nada esperan de nadie y tan sólo confían en ese Dios al que pretenden esconderle, ellos son precisamente los que sonríen y disfrutan con la enseñanza de Jesús, además de conocer en sus cuerpos, en sus mentes y en sus almas el amor paternal de Abbá Padre de Jesús, que se manifiesta en las sanaciones rebosantes de ternura y compasión que el Maestro les prodigaba.
Hemos de volver allí, junto a ellos, a los pequeños, a los humildes que Dios ama entrañablemente. Y con el auxilio del Espíritu, volvernos parte de ellos, los que confían en Dios antes que en sí mismos, los que reciben la vida con ojos de niños descubriendo regalos, los que no se resignaron a no asombrarse, los que saben que el Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, los que son como María, Madre de Dios, la que es una canción perpetua que celebra la misericordia y la liberación de nuestro Dios.
La Buena Noticia está escondida en el corazón de los pequeños)
Paz y Bien
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