Para el día de hoy (18/05/18):
Evangelio según San Juan 21, 15-19
Hoy y mañana se corresponden a los últimos dos días del tiempo litúrgico pascual, pues el próximo Domingo celebraremos Pentecostés: a diferencia de los días previos, en los que contemplábamos la Última Cena, hoy nos situamos a orillas del lago de Genesaret, ámbito de la aparición del Señor Resucitado a siete de los discípulos. La escena de hoy se define por el diálogo entre Simón Pedro y el Maestro.
Respecto de Pedro, los Evangelistas -tanto en los Evangelios como en los Hechos de los Apóstoles- nos brindan varios datos que bosquejan un retrato fiel de su personalidad temperamental, afable y generoso a veces, volátil y quebradizo otras. Pero lo importante es enfocarnos en lo que el Maestro conoce de Pedro y, más aún, lo que imagina para él, pues nadie mejor que Cristo sueña todo lo que podemos llegar a ser, a pesar de nuestras limitaciones actuales, a pesar de nuestros quebrantos y traiciones.
Así entonces tres grandes etapas podemos descubrir en la vida de fé del pescador galileo.
La primera etapa es el llamado, la vocación del Maestro a Pedro a orillas del mar de Galilea, en donde él desarrollaba su oficio cotidiano, una invitación a ser pescador de hombres en su seguimiento y compañía. Esta etapa tendrá mucho de fervor voluntarista, idas y vueltas de un hombre tan franco como complicado que a menudo no logra comprender el carácter mesiánico de Jesús, de profundo y amistoso afecto pero a la vez de quebrantos y enojos y los devaneos de una conversión demorada, incompleta.
La segunda etapa es la maduración de esa semilla en germen del llamado, en donde su vocación y su fé serán puestas a prueba, Pedro el bocón/bocazas que declama muchas lealtades pero reniega con fatal velocidad ante la irrupción del miedo, Pedro el que discute con el Maestro el propio carácter de Él, Pedro que lo reconoce como Hijo del Dios vivo.
La tercera etapa es netamente pascual. Hay un regreso de Simón Pedro al ambiente añejo, a la pesca galilea. Hasta el viejo oficio parece querer regresar, noches infructuosas de esfuerzo sin frutos.
Quizás haya en Pedro una gravosa carga por la triple negación de la noche del arresto, negación que se magnifica por la fidelidad declamada instantes antes y no encarnada.
Pero está el Señor. La presencia del Resucitado es perdón y salvación para el amigo dolido, porque Pedro -al igual que todos los discípulos- es para Cristo, ante todo, un hermano y un amigo, familia que se elige y edifica desde los afectos por vínculos cordiales. Grave es el quebranto de Pedro, pero mucho más grande y poderoso el amor de Dios expresado en Cristo Resucitado.
Así, a la triple negación se corresponde con ese amor incondicional de Dios que descubre desde la triple pregunta, que a la vez es una afirmación expresa: tú también.
Pedro se afirmaba en sus esquemas y en la espada de su enojo, y eso lo confinaba a derrumbes estrepitosos.
A partir del encuentro con el Resucitado, Pedro se afirmará en ese Cristo que sigue confiando en él, que lo quiere con todo y a pesar de todo, y desde esa confianza entrañable será roca firme para sus hermanos, servidor de paz y consuelo, obrero fiel de la misericordia.
En la vocación de Pedro todos nos podemos espejar. Cada existencia tiene mucho de ida y vuelta, y es menester atreverse a descubrir a ese Cristo de nuestras orillas, el Cristo vivo que siempre nos busca y nos espera para nuestra liberación, que nos imagina plenos, que jamás deja de soñarnos felices, que siempre celebra nuestro regreso.
Paz y Bien
Respecto de Pedro, los Evangelistas -tanto en los Evangelios como en los Hechos de los Apóstoles- nos brindan varios datos que bosquejan un retrato fiel de su personalidad temperamental, afable y generoso a veces, volátil y quebradizo otras. Pero lo importante es enfocarnos en lo que el Maestro conoce de Pedro y, más aún, lo que imagina para él, pues nadie mejor que Cristo sueña todo lo que podemos llegar a ser, a pesar de nuestras limitaciones actuales, a pesar de nuestros quebrantos y traiciones.
Así entonces tres grandes etapas podemos descubrir en la vida de fé del pescador galileo.
La primera etapa es el llamado, la vocación del Maestro a Pedro a orillas del mar de Galilea, en donde él desarrollaba su oficio cotidiano, una invitación a ser pescador de hombres en su seguimiento y compañía. Esta etapa tendrá mucho de fervor voluntarista, idas y vueltas de un hombre tan franco como complicado que a menudo no logra comprender el carácter mesiánico de Jesús, de profundo y amistoso afecto pero a la vez de quebrantos y enojos y los devaneos de una conversión demorada, incompleta.
La segunda etapa es la maduración de esa semilla en germen del llamado, en donde su vocación y su fé serán puestas a prueba, Pedro el bocón/bocazas que declama muchas lealtades pero reniega con fatal velocidad ante la irrupción del miedo, Pedro el que discute con el Maestro el propio carácter de Él, Pedro que lo reconoce como Hijo del Dios vivo.
La tercera etapa es netamente pascual. Hay un regreso de Simón Pedro al ambiente añejo, a la pesca galilea. Hasta el viejo oficio parece querer regresar, noches infructuosas de esfuerzo sin frutos.
Quizás haya en Pedro una gravosa carga por la triple negación de la noche del arresto, negación que se magnifica por la fidelidad declamada instantes antes y no encarnada.
Pero está el Señor. La presencia del Resucitado es perdón y salvación para el amigo dolido, porque Pedro -al igual que todos los discípulos- es para Cristo, ante todo, un hermano y un amigo, familia que se elige y edifica desde los afectos por vínculos cordiales. Grave es el quebranto de Pedro, pero mucho más grande y poderoso el amor de Dios expresado en Cristo Resucitado.
Así, a la triple negación se corresponde con ese amor incondicional de Dios que descubre desde la triple pregunta, que a la vez es una afirmación expresa: tú también.
Pedro se afirmaba en sus esquemas y en la espada de su enojo, y eso lo confinaba a derrumbes estrepitosos.
A partir del encuentro con el Resucitado, Pedro se afirmará en ese Cristo que sigue confiando en él, que lo quiere con todo y a pesar de todo, y desde esa confianza entrañable será roca firme para sus hermanos, servidor de paz y consuelo, obrero fiel de la misericordia.
En la vocación de Pedro todos nos podemos espejar. Cada existencia tiene mucho de ida y vuelta, y es menester atreverse a descubrir a ese Cristo de nuestras orillas, el Cristo vivo que siempre nos busca y nos espera para nuestra liberación, que nos imagina plenos, que jamás deja de soñarnos felices, que siempre celebra nuestro regreso.
Paz y Bien
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