Para el día de hoy (26/05/18):
Evangelio según San Marcos 10, 13-16
En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth los niños no tenían relevancia alguna: sin ser hombres enteros, eran apenas un apéndice de los padres. Mejor dicho, una propiedad, una cosa sin relevancia desde el punto de vista jurídico que carece de voz propia, que estará relegado de todo hasta que no ingrese a la vida adulta, un ser indefenso que en todo depende de su padre.
Así a los niños no se les enseñaba la Ley de Moisés, toda vez que se consideraba una pérdida de tiempo cuando no una afrenta a las tradiciones, y por ello también no era correcto ni razonable dispersarse en cuestiones pueriles. Precisamente ése es el motivo del rechazo de los discípulos cuando traen a la presencia del Señor unos niños para que Él los bendiga.
Contrariamente a toda especulación, el Señor se comporta siempre de acuerdo a su obediencia y fidelidad al Padre, y nó conforme a nuestras escasas previsiones y ansias mundanas, y allí está su enojo encendido. Nadie debe oponerse a que los niños se acerquen a Dios, y menos aún ser piedra de tropiezo para los niños y para los que son como ellos.
La revelación es revolucionaria. El Dios de Jesús de Nazareth se muestra abiertamente del lado de los niños y de los pequeños, los indefensos, los que en todo dependen de los demás, los que nadie tiene en cuenta, los que poseen una fé germinal e incipiente, los que no han perdido su capacidad de asombro y de gratitud.
Los niños y los pequeños llevan escondido en sus corazones un gratísimo secreto, las puertas del Reino.
Hacerse niños significa recuperar una mirada amplia, la confianza en el Padre, la capacidad de descubrir los regalos, lo dado, las bendiciones fruto de la Gracia, del amor de Dios antes que el producto de los esfuerzos y redescubrir el tesoro inmenso de un Dios que se nos ha revelado como Abbá de todos.
Paz y Bien
Así a los niños no se les enseñaba la Ley de Moisés, toda vez que se consideraba una pérdida de tiempo cuando no una afrenta a las tradiciones, y por ello también no era correcto ni razonable dispersarse en cuestiones pueriles. Precisamente ése es el motivo del rechazo de los discípulos cuando traen a la presencia del Señor unos niños para que Él los bendiga.
Contrariamente a toda especulación, el Señor se comporta siempre de acuerdo a su obediencia y fidelidad al Padre, y nó conforme a nuestras escasas previsiones y ansias mundanas, y allí está su enojo encendido. Nadie debe oponerse a que los niños se acerquen a Dios, y menos aún ser piedra de tropiezo para los niños y para los que son como ellos.
La revelación es revolucionaria. El Dios de Jesús de Nazareth se muestra abiertamente del lado de los niños y de los pequeños, los indefensos, los que en todo dependen de los demás, los que nadie tiene en cuenta, los que poseen una fé germinal e incipiente, los que no han perdido su capacidad de asombro y de gratitud.
Los niños y los pequeños llevan escondido en sus corazones un gratísimo secreto, las puertas del Reino.
Hacerse niños significa recuperar una mirada amplia, la confianza en el Padre, la capacidad de descubrir los regalos, lo dado, las bendiciones fruto de la Gracia, del amor de Dios antes que el producto de los esfuerzos y redescubrir el tesoro inmenso de un Dios que se nos ha revelado como Abbá de todos.
Paz y Bien
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