Para el día de hoy (07/05/18):
Evangelio según San Juan 15, 26-16, 4
La lectura de este día nos vuelve a situar en el lugar y ambiente de la Última Cena, y no es solamente un sitio en donde hay una comida de amigos, sino más bien un ámbito teológico, espiritual, en donde se define la herencia de los Doce y de las futuras generaciones de cristianos.
Ellos han compartido pan, palabra y caminos durante tres años con Jesús de Nazareth, y han recibido enseñanzas que estaban dedicadas especialmente a sus corazones y mentes. Aún así, estaban aferrados a viejos esquemas de poder y gloria que trasladaban a ese Maestro enraizado en la historia, por lo cual la misión redentora del Señor, su carácter mesiánico y la aparente derrota de la Pasión se les hacían tan inasibles, demoledoras y motivo de escándalo y estupor.
Tendrán un tiempo de aprendizaje y maduración. A menudo es importante desconfiar de las instantaneidades, de los clicks religiosos, y regresar a la paciencia y la humildad de la semilla de mostaza, que crece desde el pié, que se allana paso a paso, que madura de acuerdo a su propia naturaleza, sin apuros.
La fé también tiene su crecimiento. Es menester andar, no quedarse, pero no embarcarse en ciertas prisas sin destino, especialmente porque la fé cristiana no se enraiza en conceptos o categorías, sino en una persona, Jesucristo. Él es camino, verdad y vida.
La verdad plena, entonces, es el conocimiento pleno de Cristo, de su vida y su mensaje, de su identidad absoluta con el Padre.
El Espíritu del Resucitado irá conduciendo a los discípulos -a los iniciales, a los de todos los tiempos- a un profundo conocimiento del Evangelio, es decir, a u pleno conocimiento de Cristo, de su enseñanza y su identidad. En esa libertad, el Espíritu nos vinculará de manera más perfecta con Dios y con sus hijos, nuestros hermanos.
La obra del Espíritu será transformar toda existencia, fecundar la historia, llevar a las personas a un encuentro cotidiano con Dios y acrecentar la fraternidad desde la caridad y el servicio.
Paz y Bien
Ellos han compartido pan, palabra y caminos durante tres años con Jesús de Nazareth, y han recibido enseñanzas que estaban dedicadas especialmente a sus corazones y mentes. Aún así, estaban aferrados a viejos esquemas de poder y gloria que trasladaban a ese Maestro enraizado en la historia, por lo cual la misión redentora del Señor, su carácter mesiánico y la aparente derrota de la Pasión se les hacían tan inasibles, demoledoras y motivo de escándalo y estupor.
Tendrán un tiempo de aprendizaje y maduración. A menudo es importante desconfiar de las instantaneidades, de los clicks religiosos, y regresar a la paciencia y la humildad de la semilla de mostaza, que crece desde el pié, que se allana paso a paso, que madura de acuerdo a su propia naturaleza, sin apuros.
La fé también tiene su crecimiento. Es menester andar, no quedarse, pero no embarcarse en ciertas prisas sin destino, especialmente porque la fé cristiana no se enraiza en conceptos o categorías, sino en una persona, Jesucristo. Él es camino, verdad y vida.
La verdad plena, entonces, es el conocimiento pleno de Cristo, de su vida y su mensaje, de su identidad absoluta con el Padre.
El Espíritu del Resucitado irá conduciendo a los discípulos -a los iniciales, a los de todos los tiempos- a un profundo conocimiento del Evangelio, es decir, a u pleno conocimiento de Cristo, de su enseñanza y su identidad. En esa libertad, el Espíritu nos vinculará de manera más perfecta con Dios y con sus hijos, nuestros hermanos.
La obra del Espíritu será transformar toda existencia, fecundar la historia, llevar a las personas a un encuentro cotidiano con Dios y acrecentar la fraternidad desde la caridad y el servicio.
Paz y Bien
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