La Gracia de Dios, tiempo de todos los imposibles













Para el día de hoy (28/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 17-27








La imagen de Jesús de Nazareth caminante, y del encuentro con el hombre rico es significativa: a Cristo se lo encuentra en el camino de la vida, en los senderos de la existencia, y siempre hay una invitación encendida para seguir sus pasos. Está en nosotros seguirle o quedarnos, porque la fé tiene mucho de movimiento cordial, un ir hacia como el amor.

En ese hombre hay una gran sinceridad, aunque quizás tácita; no era fácil ni sencillo en ese tiempo acercarse con ánimos de aprender y con un respeto venerable a ese rabbí galileo, tan denostado como odiado por las autoridades religiosas. Pero a su vez podemos intuir una fé incipiente cuyo distingo primordial se basa en la confianza puesta en la persona de Jesús.
Sin embargo, se dirige a Él como un maestro que puede revelarle arcanos y facilitarle el acceso a secretos que le faltan para completar sus días, para plenificar su existencia; de allí seguramente el elogio -maestro bueno-. De allí la respuesta del Señor, pues aunque nosotros sepamos que Él es Maestro y es bueno, en esta circunstancia lo que importa es que ese hombre dirija su mirada al Dios que ha brindado a su pueblo la Ley de Moisés, los mandamientos que ordenan la vida.

Esos mandamientos han sido concienzudamente guardados por ese hombre desde su juventud. Curiosamente, cuando el Maestro los enumera omite deliberadamente los referidos a la relación con Dios, y pone el énfasis en aquellos que tienen que ver en la relación con el prójimo, respuesta exacta a la praxis que el hombre no descubre, la ética que es camino de eternidad; en nuestra relación con el hermano ha de florecer la voluntad de Dios.
Aún así, ello no es todo, pues la sola enumeración reduciría los mandamientos a un cumplimiento reglamentario que ese hombre ha observado. Hay más, siempre hay más, y es menester ahondar en el misterio de Aquél que los sustenta, que les brinda sentido, que nos busca sin cesar.

Las riquezas de ese hombre simbolizan todos los gravámenes que nos impiden tener un corazón liviano, todo aquello a lo que nos aferramos, y también sustituir al Dios de la vida por las cosas, por la falsa seguridad de los bienes que solamente tienen un carácter instrumental.
Tal vez, el error primordial de ese hombre se centre en que la eternidad pueda obtenerse o procurarse mediante ciertas acciones o actitudes piadosas, y así desertamos de la Salvación como don y misterio de amor de Aquél que morirá para que nosotros permanezcamos con vida.

En cierto modo, todos tenemos diversos grados de riqueza a la que nos aferramos con fervor, cosas, dinero, ideas. Ego. Los discípulos lo intuían bien: nadie puede por sí mismo salvarse, todos portamos la carga terrible de nuestras miserias y quebrantos.

Pero la Salvación nos vuelve camellos asombrosos que podrán pasar felices por todos los ojos de la aguja de la existencia. La gracia de Dios, el amor de Cristo, inaugura el tiempo de los imposibles, el fin de los no se puede, de los nunca, de los jamases, para seguir con el corazón ligero tras sus pasos.

Paz y Bien

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