Matrimonio, centro de la civilización del amor













Para el día de hoy (25/05/18):  

Evangelio según San Marcos 10, 1-12







Desde hace bastante tiempo hemos perdido el valor de la palabra, la relevancia de lo que decimos, de las expresiones. Poco a poco la importancia de la palabra dada, de la palabra que se empeña ha pasado a un ignoto estante del pasado y a su vez ha ganado terreno los sofismas y las banalidades sin sentido ni compromiso. Por ello quizás también hayan perdido significación tanto la poesía como la metafísica.

Así, siguiendo el postulado esbozado en el párrafo anterior, podemos descubrir que la expresión matrimonio se origina en voces latinas que combinan la raíz matris/mater (madre) con el elemento monium, que a su vez refiere a status jurídico: visto desde esa perspectiva adquiere una relevancia notoria pues entonces matrimonium expresa el establecimiento y el reconocimiento legal de los derechos de la mujer como madre y mujer casada, especialmente en el mundo antiguo -y en ciertos aspectos actual- en donde la mujer se encontraba relativizada y subsumida respecto del varón, de sus decisiones, careciendo de derechos y voz propia. Dentro de la misma familia fonética, los derechos del varón se expresan desde un término similar, patrimonium, los bienes familiares sobre los que tiene tutela el pater familias.
Más allá de torpes cuestiones de género, patrimonio refiere a las cosas y matrimonio a la vida que se gesta y se cuida.

Sin embargo, otra expresión se utiliza con frecuencia para la referencia al vínculo entre un hombre y una mujer, y es la de cónyuges. Su raíz etimológica la encontramos en congiungere, que significa precisamente lo que su sonido sugiere, conjugados, dos vidas que confluyen para formar una nueva desde el amor, amor que responde a la propia esencia de Dios.
No se trata tanto de emparejar, de igualar hacia abajo, y de allí la espantosa costumbre de utilizar el término pareja para la unión amorosa de un hombre y una mujer. Nada de eso. Se trata de ofrecer esto que nos identifica, con las particularidades propias, y en la donación de la propia existencia edificar nuevos mundos, vida que se expande, desde el amor que involucra el corazón, la piel, la mente, los huesos, todo esto que somos, todo lo que podemos ser juntos.

Siguiendo la lectura de este día, al Maestro se acercaban esos hombres con intenciones aviesas, es decir, con las ganas -no tan ocultas- de que Jesús de Nazareth se tropiece con rulos dialécticos, se enrede en falaces argumentos y desde allí ridiculizarlo, menoscabarlo, desmerecerlo frente a las autoridades religiosas y frente al pueblo.
La Ley de Moisés era clara respecto al matrimonio; el problema radicaba en las diversas casuísticas aplicadas sobre esos criterios que son, ante todo, espirituales. Es la legalización jurídica de la fé, la subordinación a los reglamentos antes que a la caridad, y cuando ello acontece, Dios se vá por otros lados. De allí el problema que le plantean: para sus duros conceptos, sólo el hombre poseía derechos, y no así la mujer, con lo cual un libelo de divorcio estaba sujeto a los caprichos del varón sin que la mujer fuera escuchada ni respetada.

El Maestro desecha esos postulados. Esos hombres aplican escasos conceptos mundanos a cuestiones amadas por Dios, y la postura debe ser, precisamente, contemplar todo desde la mirada de Dios.
Y desde esa mirada bondadosa de Padre, el matrimonio es un medio santo para edificar desde el amor recíproco el espacio de plenitud que se expande en la familia. Ésa es la raíz definitiva de toda indivisibilidad, porque el amor no se divide por cánones o reglamentos, se lo vive en el respeto, el cuidado del otro y la grata donación de la existencia.

Lamentablemente, solemos embarcarnos en las vanas naves reglamentarias, que aunque importantes tienen solamente un carácter instrumental. Y cuando por los golpes de la vida o los avances de las miserias ese amor fundante se quebranta, es menester dar paso a la compasión antes que al juicio, al igual que el Dios de Jesús de Nazareth, infinitamente rico en misericordia.

Paz y Bien

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