Pentecostés
Para el día de hoy (20/05/18)
Evangelio según San Juan 20, 19-23
Los discípulos se encontraban encerrados por el miedo a correr la misma suerte del Maestro. Seguramente, la policía religiosa del Templo los estaba buscando, y en esas almas ateridas se conjugaba el miedo a los perseguidores y al estar solos. Aquél que los conducía y alentaba ya no estaba, aún cuando unos de ellos habían visto la tumba vacía, las vendas y mortajas a un lado.
La clave está en esas puertas cerradas que no permiten entrar a nadie pero que a su vez determinan que nadie saldrá, y en ese encierro se espeja el temor que suele apoderarse de la Iglesia, de las naciones, de las familias, de cada uno de nosotros frente a las crisis, los problemas, los extranjeros, las novedades.
El abandono y la soledad tampoco nos son ajenos. Ellos confiaban en el Maestro, y ahora están solos, librados a su ventura. Y ahí, en esos momentos de corazón angosto, se percibe como único horizonte tenebroso esa oscuridad que puede tratarse de una nube que ha de pasar con buenos vientos.
El Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo es pura novedad perpetua, y en corazones cerrados no hay espacios para aires nuevos.
Ellos parecían haber olvidado todo lo que Él les había enseñado y prometido. Momentos fieros de obcecarse en la autocompasión y el no querer ver más allá de uno mismo.
Según parámetros medianamente lógicos, Dios debería ajustar cuentas con ellos; al menos, recriminaciones considerables dados su olvidos desmedidos.
Pero el Señor se hace presente. No detalla el Evangelista como accede a ese espacio cerrado y reducido, tan estrecho como las almas de sus amigos, y quizás sea deliberado para nuestro aprendizaje. No hay puerta ni ventana trabadas que impidan la presencia de Cristo en nuestras existencias.
Él, el Crucificado que es el Resucitado, está allí no para acciones punitivas, las cuales dados los acontecimientos pasados, serían más que razonables.
Así nuestras vidas: nuestras culpas nos abruman, pero Él se llega e irrumpe en nuestras noches con un saludo de paz.
Shalom! exclama, y es mucho más que un deseo. Es la paz que no evade los conflictos, es la firmeza que excede por lejos la calma chicha de las mentes adormiladas, es la paz que moviliza, que se afirma en la esperanza y la justicia, es la paz que edifica corazones nuevos y, desde allí, renueva al mundo.
Él lo ha hecho todo hasta el extremo de entregar su porpia vida para la salvación de todo el mundo.
Ahora es el tiempo de los discípulos, impulsados por el aliento de Dios, el Espíritu Santo, que les confiere la autoridad de Cristo para reparar corazones, denunciar lo ajeno a Dios, espantar la muerte, tender puentes entre hermanos separados, y nunca callar cuando es imperioso alzar la voz.
Que el Espíritu de Cristo nos abra todas las puertas y ventanas que hemos cerrado por miedo o por soberbia, y que nos impulse a anunciar la Buena Noticia por todos los caminos de la existencia.
Feliz Pëntecostés
Paz y Bien
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