Para el día de hoy (11/05/18):
Evangelio según San Juan 16, 20-23a
A menudo, cuando nos sumergimos en las honduras de la Palabra, se pone en evidencia una cuestión obvia, y es que a diferencia de los discípulos, nosotros conocemos el después, lo que pasará luego de la muerte del Señor y conocemos lo que acontecerá con los discípulos luego de la Resurrección.
Luego de su experiencia pascual, los discípulos verán transformadas sus desdichas y pesares, sus miedos y resignaciones en alegre esperanza revestida de coraje, pero por sobre todo será precisamente la alegría su identidad primordial, aún cuando los gritos fieros de las persecuciones los acosen.
La primera comunidad cristiana -y todas las comunidades fieles y orantes- resplandecen por una dinámica, una energía vital que no puede explicarse con categorías científicas, que supera largamente cualquier valioso concepto de resiliencia; la tenaz y alegre vitalidad de esas comunidades sólo puede explicarse desde una vivencia profunda de su fé cristiana, es decir, del Resucitado que está presente en medio de ellos y que por eso mismo resignifican con magníficos colores maternos los sufrimientos y los pesares.
Así cada pena, para escándalo de ciertos criterios mundanos, esconde una vida siempre pujante, una vida que se expande desde el amor que la plenifica, una vida que no se coartará jamás por la muerte y por todas las muertes que le salen al paso.
La profunda alegría enraizada en Cristo Resucitado es augurio y esperanza de que el mundo que se vuelva cada vez humano y más santo, agradable a Aquél que nunca nos abandona.
Contemplando la fértil existencia de los primeros cristianos, se nos vuelve a plantear un interrogante decisivo, y es el de nuestra identidad cristiana. Si en verdad se trata de una identidad pascual, de la cotidianeidad fecundada por la experiencia constante de la Pascua del Señor Resucitado.
Tristemente, estamos habituados a lo instantáneo, a una religiosidad de mangas cortas, del aquí y ahora sin raíces ni futuro, de la banalidad que sólo es un proceso de escapatoria o calmante frente a los problemas.
Pero el Maestro nos vuelve a despertar desde la ofrenda de la cruz, el amor mayor, el grano de trigo que lleva su tiempo en germinar pero que no se detiene jamás, que muere para dar paso a una vida nueva, pariendo fraternidad y justicia en cada gesto, en cada oración, a cada momento.
Paz y Bien
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