Lunes Santo
Para el día de hoy (26/03/18):
Evangelio según San Juan 12, 1-11
Jesús ha regresado a Betania, y llega a la casa de Simón el leproso. Allí le ofrecen una cena, y es parte de ella Lázaro y sus hermanas, Marta y María.
Seguramente Lázaro aún tiene algún rastro en su rostro de la enfermedad que lo ha llevado a la tumba: pero el paso salvador de su amigo lo ha rescatado de las garras de la muerte. Aún así, aún con todo lo que ha significado para toda la comarca y para pueblos distantes ese hombre redivivo, Lázaro no es el centro de la escena. El centro de la escena, la clave de toda la lectura es la celebración del regalo de la vida, de la vida como don infinitamente generoso e incondicional, acontecido con amorosa tenacidad y con la fuerza asombrosa de la amistad.
Esa vida que se celebra es anticipatoria y símbolo de la Iglesia, familia y amigos reunidos para celebrar la vida como bendición y regalo de Dios, en una gratitud -se intuye- que no alcanzan las palabras ni los gestos, tal es su inmensidad.
María, la que se quedaba con la mejor parte, la que escuchaba atentamente la Palabra de Dios, realiza un gesto de infinita ternura y humildad, que en su profundidad es un desafío y un escándalo. En aquel tiempo ninguna mujer, más allá de cualquier familiariedad, tocaría a un hombre que no fuera su esposo, y menos aún se soltaría los cabellos, señal de una condición moral similar a las prostitutas.
Pero María actúa impulsada por amor y agradecimiento, y nada más importa. Se trata de la Gracia.
Ella vierte un perfume carísimo de nardo puro sobre los pies del Maestro, para luego secarlos con sus cabellos.
Es significativo que el Evangelista nos haga presente que toda la casa se impregna de esa fragancia.
El perfume de Betania es el perfume del amor, del agradecimiento a ese Dios con nosotros que nos desaloja todas las muertes, y es el perfume que hace retroceder el hedor terrible de la corrupción, de la vida que se pierde y se degrada, y quiera Dios que el perfume de Betania inunde también a toda la Iglesia, que tanto amamos y que a veces tanto nos duele.
Una voz airada, la de Judas Iscariote, se eleva enojada contra el gesto. Debe haber algo de moralina en él, por esa cuestión de una mujer tan desenfadada a la hora de expresar sus afectos.
No está mal -para nada- preocuparse por los pobres. Es Evangelio.
Pero, hermano Judas, tu error es poner por delante del Maestro al dinero. Y suponer que los amores y la solidaridad fraterna se pueden comprar. Seguramente ya venían de antes tus discordias, pero tal vez, a partir de allí, te fuiste por las tuyas. Allí comenzaste a renegar de la amistad de ese Cristo que caminó junto a vos tres años toda Palestina, compartiendo toda su existencia sin reservas. Y eso te volvió incapaz de mirar y ver más allá de la evidencia simple y superficial. Tu corazón se fué por otros rumbos oscuros, tal vez ideologizados, pero ajenos a la mansa enseñanza de tu Amigo.
Porque nunca, hermano Judas, hay que olvidarse de los pobres. Más aún, hay que hacerse uno con ellos, no mirarlos desde académicos balcones, pergeñando soluciones dinerarias. Nunca se venden los afectos ni el socorro, jamás.
Lázaro se encuentra también en zona de riesgo. Los testigos de la bondad de Dios son vistos como peligros a suprimir.
Cristo, aún cuando está inmerso en la noche espantosa del odio y del rechazo, sigue iluminando los lugares en donde lo encontramos. Porque a la luz verdadera, no hay tinieblas que se le resista.
Paz y Bien
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