Para el día de hoy (20/03/18):
Evangelio según San Juan 8, 21-30
Como si no fueran suficientes los rótulos que ya le habían endilgado -loco, trastornado, comilón, borracho, amigo de indeseables, blasfemo, demoníaco- ahora esos hombres muy religiosos, los fariseos, presuponen que este rabbí galileo se está por convertir en un suicida.
Él, abiertamente y en un lenguaje teológico que sin dudas comprenden, les revela su identidad y misión: el Yo Soy es indiscutible, el Yo Soy es el Dios de Israel irrumpiendo en la historia con fuerza salvadora de liberación, el que es y el que está.
Aún así, continuarán inmersos en su oscuridad, pues se niegan a salir al sol de la fé. Cristo permanentemente tiene por horizonte el amor de su Padre y la compasión para con sus hermanos, y su corazón está poblado de miríadas de corazones, millones de almas de toda la historia humana en donde encuentra hijas e hijos, hermanas y hermanos.
Ellos, en cambio, tienen el techo bajo de sus esquemas mezquinos, de sus egos inflados, de su soberbia militante, y se han vuelto incapaces de ver más allá de sí mismos. Este Cristo no tiene ni tendrá nada que ver con el Mesías del que ellos han determinado previamente su carácter, su estilo, su gloria y sus acciones. Así se vuelven esclavos perpetuos de sus criterios, dóciles a sus propios pecados, y por ello la cruz -para ellos- será escarnio, escándalo y locura.
Para Jesús y para los suyos, el horror de la Pasión será -en la ilógica del Reino- señal cierta del amor mayor, y ese Cristo elevado entre los dos maderos de la cruz se convertirá en señal de auxilio para todas las gentes en todos los tiempos, para que nadie más sea crucificado, para que con todo y a pesar de todo florezca la esperanza.
Porque la cruz ratifica con sangre al Emmanuel, Dios con nosotros.
Paz y Bien
Él, abiertamente y en un lenguaje teológico que sin dudas comprenden, les revela su identidad y misión: el Yo Soy es indiscutible, el Yo Soy es el Dios de Israel irrumpiendo en la historia con fuerza salvadora de liberación, el que es y el que está.
Aún así, continuarán inmersos en su oscuridad, pues se niegan a salir al sol de la fé. Cristo permanentemente tiene por horizonte el amor de su Padre y la compasión para con sus hermanos, y su corazón está poblado de miríadas de corazones, millones de almas de toda la historia humana en donde encuentra hijas e hijos, hermanas y hermanos.
Ellos, en cambio, tienen el techo bajo de sus esquemas mezquinos, de sus egos inflados, de su soberbia militante, y se han vuelto incapaces de ver más allá de sí mismos. Este Cristo no tiene ni tendrá nada que ver con el Mesías del que ellos han determinado previamente su carácter, su estilo, su gloria y sus acciones. Así se vuelven esclavos perpetuos de sus criterios, dóciles a sus propios pecados, y por ello la cruz -para ellos- será escarnio, escándalo y locura.
Para Jesús y para los suyos, el horror de la Pasión será -en la ilógica del Reino- señal cierta del amor mayor, y ese Cristo elevado entre los dos maderos de la cruz se convertirá en señal de auxilio para todas las gentes en todos los tiempos, para que nadie más sea crucificado, para que con todo y a pesar de todo florezca la esperanza.
Porque la cruz ratifica con sangre al Emmanuel, Dios con nosotros.
Paz y Bien
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