Jueves Santo: el servicio, la identidad cristiana












Jueves Santo

Misa Vespertina de la Cena del Señor

Para el día de hoy (29/03/18):  

Evangelio según San Juan 13, 1-15










Lo que no se acepta por razones, suele ser tierra fértil de los co-razones.
Esa última cena, que para los discípulos es tristeza, es despedida, es final, en realidad es un hasta pronto, una esperanza que no se apaga, la cena primera de muchas que repetirán el encuentro infinito de los hermanos alrededor de ese Dios que se vá para quedarse más plenamente.

Lo que sucede en ese ámbito, en esa noche y durante esa cena abre una brecha cósmica, pues revela en plenitud la identidad de Cristo, el misterio de Dios y la clave de la humanidad plena, eso que llamamos felicidad, tres facetas de la misma eternidad.

No se trata de un nuevo culto, de una nueva liturgia establecida, pues acontece en medio de la cena. En caso contrario, el lavatorio de pies se hubiera realizado en un comienzo respetuoso o en un final solemne. No es tampoco un rito de purificación -como las abluciones para lavarse las manos- ni gestos de humildad simbólica.
Lo que Cristo dice y hace responde a su realidad más profunda, a su identidad plena con Dios.

Es por ello que se quita el manto, enrollándolo a la cintura; en la Palestina del siglo I, el manto es la prenda de vestir principal, sin la cual un hombre andará casi desnudo. Así entonces, quitarse el manto es despojarse de sí mismo, a una intemperie absoluta.
En ese entonces también, lavar los pies, limpiar los pies de la tierra del camino era una tarea menor que le correspondía únicamente a los esclavos. Las familias menos pudientes lo hacían cada uno por sí mismos, pues no era algo que se podía delegar a nadie, mucho menos a un familiar.

Este Cristo se despoja de sí mismo y se hace esclavo de sus amigos, y como le sucede a Pedro, nos puede crecer cierto conato de rebelión frente a ese Jesús servidor. Es muy persistente la imagen de un Dios lejano, todopoderoso y glorioso, no la de un Dios hermano, un Dios amigo, un Dios servidor que se hace cargo de nuestras suciedades, por gravoso o deficiente que resulte el término empleado.

En realidad, Jesús ratifica hasta las últimas consecuencias todo lo que ha venido haciendo durante su ministerio: ha lavado a tantos descastados, olvidados, excluidos, impuros, restituyéndoles su plena humanidad a partir de su amor y su amistad.

Porque Dios es amor, y más aún, no es un concepto abstracto. No es del todo erróneo afirmar que Dios es también amar.

En la santa ilógica del Reino, la señal que nos deja Cristo y que es herencia para todas las generaciones de toda la historia, es que la renuncia a sí mismo y el servicio generoso e incondicional son fuente de justicia, de santidad, de eso que llamamos felicidad, aún cuando los desprecios militantes, las cárceles del odio y las cruces más violentas se presenten ominosamente cercanas.

Porque el que se atreve a morirse por los demás, ha de vivir para siempre.

Paz y Bien

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