Los patios del alma













Domingo 3º de Cuaresma

Para el día de hoy (04/03/18) 

Evangelio según San Juan 2, 13-25








Jerusalem, y específicamente en Jerusalem el Templo, era el centro gravitante de toda la vida judía. Centro político, centro religioso, centro identitario y centro teológico, es decir, centro espiritual.
Hacia Jerusalem peregrinaban todos el pueblo de Israel en tres festividades puntuales, Shavuot -fiesta de la Ley-, Sukkot -fiesta de los Tabernáculos- y Pesaj -Pascua, siendo esta última la más importante, celebración de la liberación de la cautividad en Egipto, del paso liberador de su Dios por su historia. Literalmente, pueblos y ciudades de Israel se vaciaban de habitantes, los que concurrían masivamente hacia la Ciudad Santa y hacia ella también se dirigían, si tenían los medios, los judíos de la Diáspora, los que vivían en el extranjero.
Todas estas cuestiones contextualizan y pueden enriquecer la lectura del Evangelio para el día de hoy, que nos sitúa en la cercanía cuasi inmediata de la fiesta de la Pascua, y por tanto, Jerusalem y el Templo rebosan de multitudes que vienen y van, cumpliendo los mandatos de su fé.

Ahora bien, la Ley mosaica prescribía que los peregrinos habían de ofrecer determinados animales puros -kosher- para los sacrificios u holocaustos, y que a su vez debían pagar un tributo, establecido para solventar el mantenimiento de ese Templo enorme y el sustento de los sacerdotes. Teniendo en cuenta las multitudes que discurren y su origen, se hacen necesarios miles de animales -sólo los más pobres ofrecen pajaritos o tórtolas- y a la vez, monedas griegas, romanas y de otras naciones han de ser cambiadas pues sólo las monedas confeccionadas en Tiro eran las aceptables, según los rabinos, para el pago del impuesto o tributo, y por ello era necesario en simultáneo tener a mano un sistema de cambio por la multiplicidad de dinero.

Durante mucho tiempo, estas actividades se realizaban en una colina cercana al monte del Templo; con la llegada de Caifás al Sumo Sacerdocio, se permitieron la venta de animales y el establecimiento de los cambistas en el inmenso atrio de los gentiles, égido del Templo mismo. No es difícil imaginar que junto a las miles de personas que peregrinaban, se combinaran los humos de la grasa de los animales sacrificados, el perfume persistente del incienso, el canto de los salmos y la proclamación de los ritos junto a los gritos de los cambistas y mercaderes que promocionaban su negocio, y no es para nada arriesgado intuir que detrás de ese pingüe negocio se encontraran varios notables, sumos sacerdotes e integrantes del Sanedrín.

Frente a esto, se yergue un hombre solo.
A veces, un sólo hombre de corazón encendido basta para dar comienzo a la transformación de la historia, a que el tiempo cambie, a que las cosas se enderecen. Un hombre consumido por el celo por la casa de oración que ha de ser encuentro.
Cristo es ese hombre que se hace oír, y el escándalo es mayúsculo, no sólo por la estampida de los animales desbocados, no sólo por las monedas esparcidas por los suelos. El escándalo mayor estriba en la autoridad incuestionable que ejerce y que derriba negocios, que pone en entredicho la que ejercen de manera omnímoda otros humillando al pueblo y olvidando a Dios. El escándalo es suponer que los favores de Dios se compran y venden en el mercado de la piedad, y ese mercado comienza corazón adentro de cada uno de nosotros, y es renegar abiertamente de los asombros de la Gracia.

Como en el éxodo primero, no hay regreso posible, no hay vuelta atrás.
Con la Encarnación, lo sagrado pasa del templo de piedra al templo vivo y latiente de cada mujer y cada hombre.
El Templo de piedra será derribado sin posibilidad de reedificar. El Templo de Cristo, Su Persona, será reconstruido a pura fuerza del amor de Dios, la Resurrección.

Que ese Cristo encendido, en esta Cuaresma que es bendición, nos despeje todos los patios del alma.

Paz y Bien

1 comentarios:

FLOR DEL SILENCIO dijo...
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