Para el día de hoy (01/04/20):
Evangelio según San Juan 8, 31-42
Una observación simple nos puede llevar a una conclusión previa, y es la obcecada tenacidad de Jesús de Nazareth en mantenerse en el plano de su misión, a pesar de todas las cosas que intentan y de todo lo que le dicen. Ayer, sus enemigos insinuaban con escasa sutileza que Él se estaba por suicidar; hoy, lo insultan en su propio rostro, mentándolo indirectamente como hijo de prostituta.
Seguramente por los corrillos habituales y su cercanía con el poder político -que trata de saberlo todo, aún vulnerando las privacidades elementales- esos hombres conocían lo que se comentaba acerca del sospechoso embarazo de su madre, y que el padre no era el tal José de Nazareth, sino un hombre desconocido, tal vez un legionario romano.
El momento es durísimo. Con la Madre, no, jamás.
Quizás Él tolerara cualquier difamación terrible, como la de ser un endemoniado o un blasfemo -causal de ejecución-, pero esto parece llegar a una frontera que nunca se debe cruzar. Pero a pesar de todo, el Maestro no se embarca en esa lid sin destino, y tal vez esa mirada simple nos haga arribar a catalogarle como un ingenuo.
Pero hay mucho más que eso, siempre hay más, y es precisamente la fidelidad de Jesús al proyecto salvador de su Padre, una fidelidad que mantendrá hasta el final, en una sintonía amorosa que poco tiene de romántica pero que es decisiva.
Al final, todo se decide por la fidelidad. Y en los momentos críticos -y en todo momento también- hemos de suplicar que el Espíritu siga suscitando mujeres y hombres fieles a la verdad y a la vida, aún cuando se vuelque sobre ellos la contundencia del poder que busca aplastarlos y todas las miserias inimaginables. El cerco del hambre, el miedo, las infamias que buscan limar su integridad, la corrupción que supone que todos tienen su precio.
Hay cuestiones que, gracias a Dios, jamás se comprarán, y hay corazones que con todo y a pesar de todo se mantienen incólumes.
Los escribas y fariseos, encaramados en esa batalla del insulto y el desmedro, también refieren su propia condición extrapolando su presunta identidad, y así se reivindican como orgullosos hijos de Abraham. Por esa pertenencia, es claro, olvidan los momentos graves de derrota y desolación vividos por su pueblo, y afirman que jamás han sido esclavos.
Sin embargo, esas credenciales que exhiben no bastan, como tampoco es suficiente cualquier adhesión religiosa. Es menester actuar y vivir de acuerdo a esos orígenes que ellos parecen ignorar cuando sea su conveniencia y es lo que el Maestro no vacila en señalarles. No es una cuestión biológica o étnica, uno es hijo si actúa como tal.
La verdad que Cristo revela es que Dios es Padre y que nos ama sin límites. Y es precisamente el conocimiento de esa verdad la que nos hace libres, en la gloriosa y humilde libertad de los hijos de Dios, nacidos en su corazón sagrado para la plenitud, para la libertad, para el amor, para el compromiso cotidiano con la existencia y con el prójimo.
Para esos hombres, profundamente religiosos, la observancia estricta de la Ley es la que los hace libres.
La diferencia es abismal: para el Señor, es la verdad la que nos hace libres, la verdad absoluta del amor de Dios, que nada reserva para sí, que entrega a su Hijo para la Salvación de todos los pueblos.
Paz y Bien
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