Para el día de hoy (23/04/20):
Evangelio según San Juan 3, 31-36
El Creador, Dios del Universo, no se ha reservado nada para sí.
Más allá de cualquier silogismo, es dable afirmar que el amor es ante todo entrega generosa y desinteresada del propio ser. Y la esencia de este Dios es amor.
En ese amor, ha salido al encuentro de sus hijas e hijos perdidos -toda la humanidad- y ha acampado entre nosotros. Es un Dios que se despoja totalmente de su divinidad haciéndose humano, uno de nosotros, totalmente humano, el más humano de todos nosotros, Jesús de Nazareth.
Dios se ha desprendido de todo para nuestra Salvación. Hasta ha ofrendado en la Cruz a ese Hijo amado para que no haya más crucificados, para que todos permanezcan con vida, y vida en abundancia.
Este Dios se ha hecho un Niño frágil en los brazos de María, al cuidado de José, un Cristo pobre y caminante, un Dios que como no tiene casa propia, encuentra su hogar en la casa de sus amigos, en casa de Pedro en Cafarnaúm, en casa de Lázaro, Marta y María en Betania, en la casa de cada uno de nosotros, nuestros corazones palpitantes.
Es del Dios del pan asombrosamente abundante, el Dios del perdón incondicional, el de la generosidad y la salud restablecida, el que nada se guarda y todo lo dá, un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida.
Ese Dios pobre se ha entregado por entero en Jesús de Nazareth y todo ha puesto en sus manos.
La identidad entre Jesús y Dios es tan intrínseca que quien vé al Hijo vé al Padre tal como es, y de ese modo Jesús es Dios porque Dios es Jesús.
El testimonio del Maestro es veraz pues habla de lo que mejor sabe y conoce, el amor de su Padre Abbá, un testimonio que no es abstracto ni aséptico sino totalmente intencional.
El testimonio de Cristo busca nuestra Salvación, la Salvación de toda la humanidad, la vida plena y total, la felicidad.
A pesar de nuestras miserias, de que seamos tan pequeños e ínfimos en nuestros egoísmos, nosotros también tenemos un testimonio que dar; el compromiso es del honor suscitado por ese amor, por la confianza y la fidelidad pascual, el paso salvador de Dios por nuestras existencias, a cada instante, todos los días.
Paz y Bien
Más allá de cualquier silogismo, es dable afirmar que el amor es ante todo entrega generosa y desinteresada del propio ser. Y la esencia de este Dios es amor.
En ese amor, ha salido al encuentro de sus hijas e hijos perdidos -toda la humanidad- y ha acampado entre nosotros. Es un Dios que se despoja totalmente de su divinidad haciéndose humano, uno de nosotros, totalmente humano, el más humano de todos nosotros, Jesús de Nazareth.
Dios se ha desprendido de todo para nuestra Salvación. Hasta ha ofrendado en la Cruz a ese Hijo amado para que no haya más crucificados, para que todos permanezcan con vida, y vida en abundancia.
Este Dios se ha hecho un Niño frágil en los brazos de María, al cuidado de José, un Cristo pobre y caminante, un Dios que como no tiene casa propia, encuentra su hogar en la casa de sus amigos, en casa de Pedro en Cafarnaúm, en casa de Lázaro, Marta y María en Betania, en la casa de cada uno de nosotros, nuestros corazones palpitantes.
Es del Dios del pan asombrosamente abundante, el Dios del perdón incondicional, el de la generosidad y la salud restablecida, el que nada se guarda y todo lo dá, un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida.
Ese Dios pobre se ha entregado por entero en Jesús de Nazareth y todo ha puesto en sus manos.
La identidad entre Jesús y Dios es tan intrínseca que quien vé al Hijo vé al Padre tal como es, y de ese modo Jesús es Dios porque Dios es Jesús.
El testimonio del Maestro es veraz pues habla de lo que mejor sabe y conoce, el amor de su Padre Abbá, un testimonio que no es abstracto ni aséptico sino totalmente intencional.
El testimonio de Cristo busca nuestra Salvación, la Salvación de toda la humanidad, la vida plena y total, la felicidad.
A pesar de nuestras miserias, de que seamos tan pequeños e ínfimos en nuestros egoísmos, nosotros también tenemos un testimonio que dar; el compromiso es del honor suscitado por ese amor, por la confianza y la fidelidad pascual, el paso salvador de Dios por nuestras existencias, a cada instante, todos los días.
Paz y Bien
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