En la Eucaristía nos reunimos los hermanos del Señor, vivo y presente














Para el día de hoy (17/04/20):  

Evangelio según San Juan 21, 1-14







Esos hombres tenían por oficio la pesca, es decir, eran avezados pescadores profesionales. Conocían bien las aguas en las que solían navegar -el mar de Tiberiades llamado también de Galilea-, conocían la influencia de las mareas y las mejores horas para recoger peces.
Ellos salen a pescar según lo que saben, encabezados por Pedro, quizás con las ganas de sumergirse en lo conocido, en orden de apaciguar su angustia y su desconcierto: les resulta muy gravosa y confusa la Pasión y muerte del Maestro, y aún no han asimilado en toda su trascendencia la Resurrección, y quizás la vuelta a los quehaceres cotidianos, en su apacible rutina los calme y serene.

En realidad, ellos han olvidado el epítome de su oficio, su labor llevada a la eternidad: esos hombres han sido consagrados como pescadores de hombres, pero parecen que insisten en permanecer como expertos en simples peces, regresando al un pasado que no los desestabiliza.

Por ello acontece la aparición del Resucitado a la orilla del mar. En nuestros momentos más confusos, el Cristo de nuestra salvación siempre está a nuestra vera para brindar su palabra de aliento y su mano de auxilio, y es menester volvernos capaces de reconocerle.
Así, esos expertos en pesca -cansados de esfuerzos vanos- aceptan las indicaciones de ese Cristo que les habla con cálida familiaridad; algo intuyen, pues hombres sabios en su oficio como ellos no hubieran seguido las instrucciones de ningún desconocido, más bien lo hubieran rechazado con cajas destempladas.

Porque en los momentos en que la fé se oscurece, cuando se pierde el horizonte, cuando nada se logra, hay que obedecer, sin vacilaciones. Y obedecer no es aniquilar la voluntad en pos de el capricho de un tercero: obedecer es escuchar con atención y actuar en consecuencia.

De ese grupo de pescadores pecadores -abatidos y agotados- el Discípulo Amado reconoce en la orilla a Jesús de Nazareth vivo y presente. El amor prolonga al infinito la capacidad de mirar y ver.
Y allí sí: la pesca deviene asombrosa, desbordante, increíblemente fructífera más allá de cualquier previsión.
Hay que hacer lo que Él nos diga, como nos señala María de Nazareth: el resto es cosa que Él multiplica sin límites.

Porque es el Maestro el que moviliza y convoca, y es Él el que nos espera con la mesa tendida, con el pan de la Palabra y con el pan que es Él mismo en cada Eucaristía en donde nos reunimos sus hermanos.

Paz y Bien

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