Somos todos peregrinos de Emaús al encuentro del Maestro




















Para el día de hoy (15/04/20):  

Evangelio según San Lucas 24, 13-35










El Evangelio para el día de hoy trasluce una gran emoción por parte del Evangelista Lucas, y es riquísimo en teología, es decir, en espiritualidad.
Esa emoción de Lucas tiene que ver con el Resucitado y tiene que ver con la fé de aquellos discípulos que no pertenecen al círculo primero de los Once apóstoles ni han sido testigos excepcionales de la Resurrección, su crecimiento en la fé a partir del encuentro con Cristo vivo.

Son dos hombres que regresan desde Jerusalem a una aldea situada a unos diez kilómetros, Emaús. Son dos discípulos que probablemente pertenezcan al grupo elegido de setenta y dos misioneros, y que van juntos siguiendo la enseñanza de Jesús, el ir de dos en dos, en solidario apoyo mutuo. Uno de ellos se llama Cleofás, pero del otro se ha obviado el nombre, quizás con la deliberada intención de colocar allí el nuestro.

Ellos regresan desolados y entristecidos, pero aún así conversan acerca de lo que ha acontecido y de lo que les ocurre a ellos mismos, y es el indicio primordial de toda comunidad, el diálogo. En sus almas pugna por ganar la partida el caos, toda vez que batalla la imagen mesiánica que portaban de un Mesías real, que impone su gloria mediante una victoria aplastante sobre sus enemigos y libera a Israel. Y batalla contra esa realidad de un Cristo servidor sufriente, tratado como un delincuente abyecto, muerto como un proscrito, abandonado a los horrores de la cruz ejecutoria.
En la ruta se une a ellos un tercer peregrino al que no reconocen, y que es Cristo vivo. Sus ojos -o, más bien, su mirada- aún está incapacitada de reconocerle, pues portan viejos esquemas perimidos, y en su fuer interior ansían que todo vuelva a ser como antes.

Pero nada será lo mismo, nada será igual. Este tiempo es un tiempo nuevo, definitivo y definitorio.

Y así, con una paciencia inaudita, Jesús les hace releer la historia de su pueblo desde las antiguas y vibrantes voces de los profetas. Nosotros también hemos de releer la historia de nuestros pueblos y la historia de nuestras propias existencias a la luz de Dios: es allí donde adquiere verdadero sentido, donde el término destino no es condena resignada sino bendición esperanzada.

Casi al final del camino, el tercer peregrino parece despedirse y seguir de largo; sin embargo ellos lo invitan al hogar, a la mesa común, y es esa hospitalidad la que eleva la temperatura cordial, la que permite milagros.

Ellos lo reconocen al partir y compartir el pan bendito, y comienzan a recordar que sus corazones ardían cuando Él navegaba mar adentro de las aguas santas de la Palabra. Y es ese reconocimiento propio y de Cristo los que pone alas a sus pies, y vuelve ligeras sus almas: corren a contar a los demás esa asombrosa noticia, una carrera alegre que es misión de toda la Iglesia.

Pues todos somos peregrinos de Emaús, pacientemente cuidados por Cristo, y le reconocemos y encontramos en la Palabra y en el Pan compartido.

Paz y Bien


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