Martes Santo
Para el día de hoy (07/04/20):
Evangelio según San Juan 13, 21-33. 36-38
Es de noche, y en el ambiente hay un rotundo aire de tristeza y despedida.
Es preciso detenerse y ahondar en el misterio del corazón sagrado de Jesús: han rechazado su Buena Noticia que es de Dios, lo han despreciado, difamado, perseguido, insultado y tratado como un loco, un borracho, un blasfemo, un endemoniado, un delincuente. Ahora, está a las puertas de una muerte espantosa e ignominiosa. No obstante ello, el Maestro -que como nadie conoce los corazones- sabe el pesar que se abatirá sobre esa pequeña comunidad naciente con su ausencia inminente, y sabe también que será traicionado y negado con fervor.
En nuestras ligerezas, seguramente seremos veloces detractores del Iscariote.
¿Qué cosas se tejerían en la mente y en el alma de Judas? Porque traicionan los que están verdaderamente cerca, los que están vinculados por las honduras de los afectos, los que se brindan confianza mutua. Y Judas, al igual que los otros discípulos, convivió tres años, cada instante de cada día, con Jesús.
De confianza no carecía: era el ecónomo del grupo, y resguardaba y administraba los recursos comunes para que no les faltase nada y para auxiliar a los pobres también.
Lo presumible es que no supo aguantar a ese Mesías que despreciaba el ejercicio del poder, que alteraba tradiciones tan arraigadas en beneficio del pueblo, un hombre -valga la paradoja- tan humano que se lleva por delante sin vacilaciones lo que se supone inconmovible pues se opone a los sueños de su Padre, el Reino. Y que por sobre todas las cosas, es manso y pacífico, un Mesías que desdeña glorias mundanas y que siempre los sorprende.
No es fácil andar con un hombre así, que barre con todas las seguridades a las que solemos aferrarnos, y quizás por eso este Iscariote -tal vez un zelota honestamente convencido- vaya al Sanedrín con ánimos de entregarle pues ese tribunal representa la tradición, la ortodoxia, la tranquilidad de las costumbres que nunca inquietan.
Pero lo grave, lo verdaderamente grave es que el amor no tiene precio. Nunca, por ningún motivo, han de venderse los afectos.
Dificilísimo trance el del Señor. El traidor -de quien se cuida de no exponer, de no defenestrar ante los demás- se aleja de Él físicamente. Es evidente que nunca estuvo cerca, y es por ello que a la oscuridad del atardecer se adosa la noche de las almas, las tinieblas de la infidelidad.
Esa infidelidad también campeará en los que serán presa fácil del miedo.
Pedro comete el severo error de querer, volublemente, ocupar el lugar de Cristo, y es por eso que quiere dar su vida por Él. Sólo un gallo matinal y el llanto lo devolverán a la realidad de que la gloria de Dios se manifestará en ese Cristo que muere por él, por Judas, por los otros discípulos, por los escribas, por los fariseos, por los herodianos, por todos nosotros y por todo el mundo para que la vida prevalezca y la muerte no tenga la última palabra.
Todo se decide en la fidelidad.
Paz y Bien
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