Para el día de hoy (12/03/20):
Evangelio según San Lucas 16, 19-31
Una necesaria aclaración previa.
Si bien tradicionalmente se conoce a la parábola que reflexionamos en la lectura del día como la del rico Epulón y el pobre Lázaro, lo veraz es que sólo el pobre tiene nombre propio en la misma -Lázaro, Dios ayuda-, mientras que Epulón proviene del latín epulabatur, cuyo significado es banqueteador. Es decir, epulón refleja un adjetivo, nó un nombre.
Un paso más allá de lo evidente, es que el Dios de Jesús de Nazareth guarda en su corazón los rostros y los nombres de todos los olvidados, de todos aquellos a los que habitualmente se los desconoce, se los tiene por un virtual accidente del paisaje.
El hombre rico no tiene nada que ver con los usuales opresores, los que detentan el poder en desmedro del pueblo. No es un patrón abusivo que procura su riqueza explotando a los que trabajan. No es un avaro insostenible, nada de eso. Vive en la opulencia de una casa que es como un palacio, se reviste de vestidos caros que reflejan su elevado status social, realiza banquetes cotidianos -cuando los pobres de su tiempo apenas comían una vez al día- en un indolente despilfarro que alegremente cierra los ojos a lo que sucede a su alrededor.
Lázaro está a escasos metros de la mesa del hombre rico. Es sólo un espectro producto de la costumbre. Más que por harapos, se halla revestido por llagas y los perros lamen sus heridas como si fuera éste un bocado apetitoso, en el culmen de la impureza. Su situación es tan precaria que ansía saciarse con lo que caiga de la mesa del rico, las sobras, los residuos. Aún así, ni eso puede conseguir.
Lázaro está a escasos metros, pero en verdad se encuentra separado por un abismo del hombre rico.
La parábola no intenta que nos dibujemos un escenario fantasmal de la vida postrera, ni tampoco implica solamente una crítica social teñida de cierto ideologismo.
Se trata, ante todo, de una cuestión cordial, se trata de la Salvación, pues está en juego el amor al prójimo. Y seremos juzgados en ese amor cuando llegue el momento propicio.
La eternidad se decide en el aquí y el ahora. Quiera Dios que en esta Cuaresma volvamos a tender puentes hacia el hermano, que salven todos los abismos miserables que se han establecido.
Paz y Bien
1 comentarios:
Que nunca desoyamos la voz del que clama...como dice Mamerto Menapace.."Cuando el Señor de la Historia, venga, nos mirará las manos" Paz y Bien
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