Cristo, su vida ofrecida en rescate por la humanidad



















Para el día de hoy (11/03/20): 

Evangelio según San Mateo 20, 17-28





Los viejos esquemas, las viejas ideas persistían en la mente de los discípulos, aquellas que combinaban un férreo nacionalismo con la idea de un Mesías glorioso que se impusiera por la fuerza a sus enemigos y que restaurara el trono de David. Por ello el anuncio de la Pasión que el Maestro realiza los confunde, los asusta, los deja estupefactos. Nada tiene de gloriosa la muerte anunciada de Jesús en total derrota, como un criminal abyecto, como un maldecido.
Quizás el abandonar la comodidad de ciertas certezas provoque más temores que cualquier otra amenaza.

Una expresión cabal de esos moldes que sedimentan en los corazones lo expresa la madre de Santiago y Juan, hijos suyos y de Zebedeo. Ella requiere que sus hijos se sienten en lugares preferenciales, a la derecha y a la izquierda del Señor, cuando éste inaugure el Reino al que suponen al modo davídico, un gobierno poderoso que reinaugure el reino de Israel libre de sus enemigos y en todo su esplendor.
Aquí hay que hacer mención a dos cuestiones: el pedido de la madre es reflejo exacto de lo que quieren Juan y Santiago, de allí que el Maestro responda que no saben lo que piden.
Por otro lado, y no es un dato menor, en aquella época era impensado que una mujer se dirigiera a ningún varón que no fuera de la familia -padre, esposo, hijos-, mucho menos a un rabbí. Es por ello que esa mujer interpele al Maestro con tanta naturalidad implica la gran confianza que su presencia suscitaba, y por sobre todo, que Él a nadie rechazaba, que a todos escuchaba por igual.
La indignación del resto de los discípulos ante el pedido de los hermanos no es la queja airada frente a planteos erróneos, sino que responde a una cuestión más elemental. Esos hombres pensaban todos de la misma manera, y se enojan porque los hijos de Zebedeo se les han adelantado. Simbólicamente, también representa la división de Israel que deparó su destrucción, el exilio forzoso, la diáspora frente al poder perdido.

Así el Maestro les allana el horizonte. En el tiempo de la Gracia, el verdadero poder es el servicio generoso y desinteresado al prójimo; en cualquier otra modalidad, el ejercicio del poder es causa de opresión y de dominio.
Pero hay más, siempre hay más. Él ratificará con su sangre, con su misma existencia la enseñanza que les predica. Su vida se ofrecerá en rescate por una multitud.

Aún considerada con criterios del siglo XXI, la expresión no es ligera: secuestros y cautividades exigen rescates imposibles para procurar la liberación del cautivo, la restitución a su entorno en integridad, en salud. Así poner la propia vida como pago se torna en extremo e ideal de ese servicio al que nos impulsa.
Sin embargo, Jesús de Nazareth también hace referencia a una antigua tradición e institución de Israel, el Go'el, que era el varón fuerte de la familia designado para rescatar a algún pariente que hubiera caído en la esclavitud, para restituir la herencia familiar frente a algún desastre, para el socorro de los más débiles.

Cristo, entonces, es nuestro Go'el y el de toda la humanidad, un Cristo cercano por el que recuperamos la herencia mayor de la comunión con Dios, perdida por el pecado, un Dios tan próximo que Él mismo es nuestro pariente, el que nos rescata de la opresión, el que nos tiende una mano asombrosa frente al abismo del olvido y de la muerte.

Paz y Bien

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