San José Gabriel del Rosario Brochero
Para el día de hoy (16/03/20):
Evangelio según San Lucas 4, 24-30
Los paisanos nazarenos de Jesús oscilaban del asombro al enojo, y por entre esos extremos afloraba la rabia; es que Él no había realizado en su querencia el mismo nivel de hechos milagrosos y sorprendentes al igual que en Cafarnaúm, y se sentán ofendidos. Lo consideraban, en cierto modo, propiedad exclusiva nazarena, y como tal reivindicaban el derecho a exigencias, a que se comporte de acuerdo a lo que ellos son y desean.
Pero un profeta auténtico jamás permitirá que su misión esté gobernada o condicionada por lealtades menores a un círculo interno y restringido. Un profeta es, ante los demás, un hombre libre.
Además, no se prodigará por resultar agradable. Dirá a menudo cosas inconvenientes y molestas de tan veraces, cosas que la gran mayoría preferiría jamás escuchar.
Así entonces, en su misión profética el Maestro se revela frente a todas esas gentes que creen concerle bien tomando partida a favor de los pobres a los que se anuncia a Buena Noticia, la liberación de los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y un año interminable de Gracia y Misericordia de parte de Dios. Deliberadamente omite el pasaje que anuncia el día de venganza del Dios de Israel frente a sus enemigos, y otra vez el asombro y el enojo.
El Dios que les presenta Jesús en poco se parece a la imagen que ellos poseen y que han enriquecido con sus deseos privados. Y no está ausente tampoco cierto tinte de desprecio: este hombre es el hijo del carpintero -algunos tal vez murmuren algo del embarazo sospechoso de su madre-, por lo que no puede hablar de esa manera, carece de antecedentes familiares y de autoridad para dirigirse de esa manera, justamente a ellos.
Pero, aunque las pupilas puedan irritarse, siempre es preferible la luz a la calma falsa de la oscuridad. Y los nazarenos se aferran a las sombras.
Nadie es profeta en su tierra, y Cristo es profeta de todos los pueblos, de todas las tierras, de todas las naciones.
Señales de dura contradicción serán las menciones a la viuda de Sarepta y al general sirio Naamán, ambos gentiles, ambos enemigos, ambos extranjeros, ambos benditos por la misericordia de Dios. Sin embargo, en vez de volverlos a una razón cordial, los enciende de furias y tratan de despeñarlo, de matarlo como a un perro rabioso, de quitarse esa molestia que no soportan, y prefiguran sin saberlo los espantos y desprecios mayores de la Pasión.
Pero el Señor pasa en medio de los propulsores de la muerte.
Porque Él no pertenece a nadie, y aún así es de todos, de toda la humanidad, y se escapa maravillosamente de aquellos que por serios motivos pretenden su exclusividad y su manipulación.
Cuaresma es tiempo de conversión, tiempo de sinceramiento, de mirar si aceptamos a ese Cristo que se encamina con decisión a todos los pueblos del mundo.
Y si somos capaces de escuchar a tantos profetas de Dios que la Providencia nos regala en nuestros barrios, en nuestros empleos, en nuestras calles, en cada esquina.
Paz y Bien
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