Todo pasará, pero ni la letra más pequeña de los dones de Dios se diluirán o extraviarán


















Para el día de hoy (20/03/20) 

Evangelio según San Mateo 5, 17-19











La Ley de Moisés fué, en su oportunidad, un enorme salto ético para Israel como nación. Más aún, fué una inmensa bendición de Dios para ese nutrido grupo de esclavos liberados de las cadenas de Faraón, que al crisol del desierto se fué maleando como pueblo: allí, las tablas de la Ley establecen los principios básicos de convivencia y reciprocidad entre las gentes, y los vínculos con su Dios.

Con el transcurrir de los años, sabios y exégetas judíos conformaron un corpus de comentarios a la Ley, reflexiones tendientes a su mejor comprensión, las que se agruparon bajo el nombre de Mishnah. Otros rabinos, a su vez, realizaron comentarios acerca de esa Mishnah, y así se formó el libro denominado Talmud.

Los tres -Torah, Mishnah y Talmud-, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, eran de observancia estricta y obligatoria; es decir, el pueblo estaba sujeto a lo que en ellos se prescribía.
Ése, precisamente, era síntoma del problema subyacente, que le valía al Maestro un torrente de acusaciones y reproches, pues además de parecer un consuetudinario provocador, para algunos hombres suponía un tenaz infractor deliberado de aquello que ni en sueños se quebrantaría, que se observaría a rajatabla.

Pero el Sábado es para el hombre, y la Ley también, tiende al bien del pueblo.Su origen está en el mismo Dios de Jesús de Nazareth, y es por ello que Él no viene a abrogarla ni a abolirla. Él viene a darle pleno cumplimiento.

Como un pequeño y santo germinar, la Ley de Moisés es la planta que crece sin pausa a través de los siglos para desembocar, frutal, en el tiempo de la Gracia. Y su plenitud está en el corazón sagrado de Cristo, porque la plenitud de la Ley es el amor.

Todo pasará -nosotros también- pero ni la letra más pequeña de los dones de Dios se diluirán o extraviarán.

Paz y Bien

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