Para el día de hoy (02/03/20)
Evangelio según San Mateo 25, 31-46
La Encarnación es un misterio tan inmenso y deslumbrante del que a menudo nos quedamos con una sola de sus múltiples facetas, el saludo del Ángel y el Fiat! de María de Nazareth.
Más, la Encarnación es también una toma de partida del Dios del Universo que se abaja de su infinitud y asume amorosamente la condición humana, santa urdimbre de Dios y carne, de eternidad y sangre, humanidad que deviene sagrada, templo latiente de ese Dios que la habita.
Así entonces a ese Dios lo encontraremos seguramente en el prójimo que edificamos, el hermano al que nos aproximamos/aprojimamos. A un Dios así, a un Dios de amor se le rinde culto en el hermano, en el prójimo, y es la compasión la liturgia primordial.
Y del mismo modo, cuando se reniega de un hermano, cuando se pasa de largo, cuando se mira sin ver también se reniega y se ignora a ese Dios que nos sale al encuentro.
Cuaresma es desierto pródigo en regresos, a las honduras del alma, al prójimo que extraviamos de nuestra mirada y de nuestro corazón, especialmente aquél que está excluido, olvidado, desahuciado o, como cruelmente lo derriba en nuestro tiempo, aquél que ha sido descartado.
Son importantes planes y propuestas. Pero más importantes aún son los pequeños gestos y las acciones humildes de solidaridad y socorro cotidianas, porque restablecen equidad, sanan las heridas del olvido y derrotan ese egoísmo que nos encierra como glóbulos aislados unos de otros, escapistas de Dios y del otro.
Cuanta paciencia nos tiene ese Dios de Jesús de Nazareth.
Esa paciencia es la misericordia divina, expresión de una justicia que no se suele regir por intereses previos, sino que germina desde el amor, desde la compasión.
Converger al hermano que languidece a la vera del camino de la existencia es conversión, es regreso a ese Dios que nos ha salido al encuentro, es piedad que no se limita y es justicia que perdura.
Paz y Bien
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