Para el día de hoy (28/03/20):
Evangelio según San Juan 7, 40-53
Jesús de Nazareth suscitaba diversos tipos de reacciones; para sus paisanos y familiares estaba fuera de sus cabales, muchos afirmaban que era un profeta, que era Elías, que era un farsante. Era elogiado, vilipendiado o mirado con indiferencia. La gran mayoría estructuraba la opinión que tenía acerca de Él a partir de las Escrituras o de la Tradición.
El pueblo a menudo oscilaba del asombro a la confusión: entre los más versados eran tantas las opiniones, que a pesar de sentirse gratamente contenidos por ese rabbí galileo, las opiniones de los religiosos oficiales tornaban esa intuición veraz y sencilla en un entramado complicadísimo y gravoso.
Entre los que detentaban en poder religioso -el Sanedrín- esta cuestión se acentuaba hasta extremos violentos y peligrosos. Algunos ya lo habían catalogado como un blasfemo -llamaba a Dios su Padre-, y por eso ordenaron su detención a los levitas que ejercían la función de policía del Templo.
Cuando se constituyen en donde el Maestro enseñaba, nada pudieron hacer. Se quedaron paralizados: ese hombre hablaba como nunca antes nadie había hablado, palabra nueva, palabra joven, palabra viva.
Al regresar con la misión incumplida, vuelve a desatarse en el seno del Sanedrín la polémica, y el argumento principal en contra de Jesús es su origen: un profeta y, mucho menos, el Mesías, no puede ser que venga de esa Galilea de los márgenes, de la periferia. Él es un campesino nazareno -se le nota en la tonada-, sin formación por parte de los grandes maestros de la ley, que seguramente es un charlatán, pues no puede ni debe hablar de las cosas de Dios si no sabe.
En cierto modo, gustamos de ser sanedritas, de ser militantes fervorosos de los desprecios. Y así ignoramos o descreemos de muchos profetas que hoy, ahora mismo, caminan entre nosotros, mujeres y hombres sencillos que nos encienden las esperanzas.
Son profetas y profetisas campesinos, empleadas, lavanderas, vecinos de nuestros barrios, abuelos sabios de nuestras comunidades, jóvenes valientes en nuestras calles. No siempre tienen las palabras política o religiosamente correctas, pero a no dudarlo: La Buena Noticia, la vida y la libertad resplandece en sus existencias y no hay música mejor para nuestras agobiadas y pobres almas.
Paz y Bien
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