No podemos ser felices individualmente

















Para el día de hoy (14/06/19):  


Evangelio según San Mateo 5, 27-32 









Un error usual es suponer que Jesús de Nazareth le habló específicamente a una generación de hombres y mujeres judíos del siglo I de nuestra era, tal vez con mayor énfasis a galileos, y que se enfrentó sin reservas contra la dirigencia religiosa de su tiempo. Situar al ministerio del Maestro en coordenadas históricas puntuales es muy importante en tanto conocimiento y, más aún, en tanto ámbito teológico o espiritual, pues ahondamos en la cristología, en el grato misterio del Dios que se encarna, se hace historia.

Pero su mensaje se extiende de generación en generación: Él les habla a las mujeres y los hombres de todos los tiempos, creyentes e incrédulos, buenos y malos, justos y pecadores. Asombrosamente, Cristo es el Dios amigo, vecino, contemporáneo de todos los pueblos a través de toda la historia.

Suponer también que Cristo viene a instaurar una alternativa nueva, una opción distinta a como se ordena el mundo es menoscabar su enseñanza y misión. Las cosas del Reino no son reemplazos de unas estructuras por otras, sino llevar a la persona humana a su plenitud: el sueño de Dios expresado en Cristo es que el hombre sea feliz, nada más ni nada menos, y que pueda elevar su existencia a una eternidad sin límites ni fin.

Por eso Él buscaba una superación de la Ley en tanto reglamento, norma de imposición restrictiva externa; ello es importante, pero no resuelve la cuestión de raíz, y es lo que anida en los corazones de las gentes, y eso explica la lectura que nos presenta la liturgia del día. El adulterio, claro está, es anatema, pero no basta la restricción en los tiempos de la Gracia sino purificar la conciencia. Más aún, permitir que el Espíritu nos despeje toda nube de egoísmo y de negación del otro, todo cercenamiento del crecimiento del amor.

Lo que verdaderamente inclina la balanza es un corazón que se convierte, que converge hacia Dios y hacia el hermano.

Paz y Bien


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