Para el día de hoy (05/06/19)
Evangelio según San Juan 17, 6a. 11b-19
La vehemencia y el fervor de la plegaria de Jesús de Nazareth por los suyos -por los Once, por la Iglesia, por todos nosotros- revela su preocupación primordial ante la inminencia de la Pasión y su partida. Pero es una partida extraña, pues Él, yéndose, se quedará con los suyos de manera más plena.
Como reflejo mismo de su amada Trinidad, son tres los aspectos de un único sentido en los que insiste: implora que los suyos permanezcan en la verdad, permanezcan unidos y, especialmente, que permaneciendo en el mundo no sean mundanos, no le pertenezcan más que a Dios.
Permanecer y vivir en la verdad es la fidelidad a la Palabra de Dios que se escucha con atención y se pone en práctica, una Palabra que es el Logos eterno de Dios revelado por Jesucristo, la eternidad vivida en la día a día, el infinito como don y bendición que se entreteje en la cotidianeidad. Esa verdad encierra el absoluto de que Dios es amor, es Padre y Madre que nos ama hasta extremos asombrosos, más allá de cualquier mérito, es vivir la plenitud y transmitirla, y reflejar esa luz primordial.
Esa verdad no es cosa de individualismos, de esoterismos a escondidas. Como reflejo de ese Dios que es familia amorosa, los discípulos han de vivir en la unidad, alrededor de Cristo, fundamentados en su amor. Porque cuando la unidad se quebranta, cuando la familia se dispersa, la verdad se vá pues no encuentra hogar ni cobijo cálido.
La santificación que es el horizonte de los seguidores del Maestro acontece en el mundo, en el aquí y el ahora cotidianos. Sin embargo, bajo una aparente paradoja que es la santa ilógica del Reino, los discípulos están en el mundo sin pertenecer al mismo pues pertenecen a Dios y esa pertenencia es mucho más que una simple propiedad, pues es un vínculo filial que nada ni nadie puede borrar ni eliminar. Podrán haber hijos perdidos o hijos renegados, pero nunca ese Padre reniega de la ansiosa espera del regreso.
No es fácil, nada sencillo y sin embargo es simple. Permaneceremos consagrados en la verdad si permitimos que el Espíritu Santo obre en nosotros y nos transforme de raíz.
Paz y Bien
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