La ética superadora y trascendente de la caridad


















Para el día de hoy (17/06/19):  

Evangelio según San Mateo 5, 38-42







Las lecturas anacrónicas suelen partir de razonamientos o silogismos equivocados, y por ello son poco veraces; en un abordaje simple, no es acertado juzgar con ojos del siglo XXI situaciones o aconteceres que sucedieron miles de años atrás. Hay cosas que perduran, y que son inamovibles a través de la historia, la vida, la libertad, la trascendencia. Pero con el transcurrir de los siglos los valores cambian -para bien o para mal- y por eso es menester saber ver el árbol pero también el bosque a la vez, es decir, mirar al hombre en su circunstancia histórica.
Es el error habitual de confundir moral con ética, pues aquella es la explicitación histórica de ésta, y por lo tanto varía de acuerdo al contexto histórico. En resumidas cuentas, lo que es válido o aceptable en determinado lapso de la historia puede rechazarse o repugnar en otros tiempos. Pero la ética, los valores trascendentes, son los que permanecen y no perecen.

Así entonces la llamada ley de Talión -lex talis- significó para las sociedades de su tiempo un importante avance en el ordenamiento civil, el progreso en el establecimiento del derecho penal, y un enderezar las acciones hacia una justicia recíproca, igualando los derechos entre el ofensor y el agredido, morigerando los efectos de la venganza y trasladar esos criterios a toda una nación. El nombre de ley de Talión proviene de lex talis que significa, literalmente, ley del tal como. Así los sabios de Israel reflexionaron y codificaron -lo encontramos especialmente en el libro del Levítico y en Éxodo- ese criterio con el vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pié por pié, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe, fractura por fractura.
Volviendo al postulado inicial, este principio puede hoy horrorizarnos si nos embarcamos en una fútil tarea anacrónica. Por eso es menester tener una mirada más profunda.

En los tiempos de Jesús de Nazareth estas previsiones, si bien vigentes, habían decrecido en intensidad. Ciertos cambios habían mutado: podían establecerse compensaciones monetarias en lugar de la devolución recíproca de la ofensa o golpe recibido. Pero para los sectores más radicalizados, implicaba también la justificación de expulsar por la fuerza de las armas al opresor romano.

Jesús de Nazareth no aceptaba estos principios. Sabía bien que cuando comienza la violencia, se desata una vorágine que es muy difícil de detener, y que sólo provoca víctimas. Nadie gana.
Pero Él no propone una alternativa más, ni tampoco habla de pasar por alto el mal. Lo que importa es romper ese círculo violento de venganza. Desde la esencia misma de Dios, el amor, la justicia se busca y se procura de otra manera, ofreciendo la propia vida.

Se trata de ir más allá del pacifismo, el cual es de por sí muy valioso. Pero en la perspectiva del Reino, en el horizonte de la Gracia hay más, siempre hay más, y ese más allá se llama prójimo, aún cuando prójimo sea el enemigo más enconado y peligroso.
No es fácil porque para arribar a esas playas mansas hay que navegar por el mar confuso y adverso del egoísmo.

Pero con Dios todo se puede. Y más aún cuando se experimenta el paso salvador de Dios por la propia existencia, una cuestión raigal que inevitablemente ha de compartirse con propios y con ajenos que son tales porque aún no hemos hecho el esfuerzo de acercarnos, todos hijos del mismo Dios.

Paz y Bien 

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