Para el día de hoy (03/06/19):
Evangelio según San Juan 16, 29-33
La afirmación de los discípulos tiene mucho de esa tendencia a envalentonarnos, a revestirnos de una coraza de coraje que no poseemos frente a momentos de gran peligro, y frente a ellos se avecinaba, inminente, el temporal cruel de la Pasión.
Pero por otro lado cometen un error que tampoco nos es desconocido: se reconocen especiales por pertenecer, por ser discípulos, por creer mediante esfuerzos y comprensión.
El Maestro, lector incomparable de corazones de todos los tiempos, sabe lo que se talla. Sabe que se espantarán con el miedo, que lo dejarán solo, que se resignarán a la tristeza y a un demoledor clima de derrota.
Esos hombres se aferran a méritos que no poseen. Esos hombres suponen que la fé es producto único de su esfuerzo antes que don y misterio, consecuencia de un Dios que los ha buscado primero, de un Cristo que los ha elegido.
El Señor sabe que nunca estará solo. Su identidad con Dios es absoluta. Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Allí se deciden los compromisos decisivos para la historia de la humanidad, compromisos que tienen la tonalidad única y rotunda del amor.
El compromiso de Dios con su pueblo. El amor de Dios -su misma esencia- es no vivir para sí mismo, sino ofrecerse por entero, vivir en y para los demás sin reservas ni condiciones, bien continuo, bien mayor, bien absoluto.
El compromiso de Cristo radica en su fidelidad al proyecto de su Padre y a la vida de los suyos, sin condicionarse por las consecuencias, sin amilanarse, sin resignarse nunca. Esa fidelidad es fruto de saber que el Padre nunca lo abandonará en ninguna circunstancia.
La fidelidad, más aún en tiempos difíciles, todo lo decide.
Paz y Bien
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