Para el día de hoy (01/06/19):
Evangelio según San Juan 16, 23b.-28
Pedir es un rasgo humano característico. Pedimos dinero, pedimos cosas prestadas, a veces pedimos perdón frente a errores y daños cometidos. Pedimos en tono de exigencia seguridad, pedimos instando a la justicia, pedimos a voz en cuello y con los dientes apretados que los poderosos abandonen la muerte y la corrupción. Pedimos amor, cercanía, contacto, tranquilidad, silencio, atención.
En cierto modo, pedir tiene un viso de humildad pues reconocemos que, sin dudas, sólos no podemos, que siempre necesitamos de los demás. Todos nos necesitamos entre sí, los más bravos, las más independientes y firmes. No saber o no querer pedir a veces es cuestión de pudor o vergüenza, de timidez silenciosa. El problema comienza cuando existe el convencimiento, producto de un falso orgullo, de que no tenemos que pedir, de que todo lo podemos por nuestra cuenta; de allí a tomar por la fuerza lo que no nos pertenece hay pocos pasos.
Pedir nos acerca a nuestra estatura real y veraz de mujeres y hombres quebradizos y limitados, todos, sin excepción.
Cuando ello se traslada a los ámbitos de la fé, una fé que transforma la totalidad de la existencia, nos podemos reconocer mendigos de la Divina Providencia, Lázaros malheridos de la misericordia de Dios.
Siempre hay que pedir con confianza. Pan y trabajo, perdón y salud, auxilio, calma, justicia, fortaleza.
La confianza nos la brinda Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor, que nos ha revelado la esencia intrínseca de Dios que es amor, que nada se reserva para sí, que es donación perpetua, eterna, incondicional, infinitamente generosa.
Como niños que se abandonan al amor de su Padre, sabemos que no quedaremos nunca defraudados.
Pero hay más, siempre hay más en nuestros estrechos horizontes. La Resurrección empujó al destierro definitivo todos los imposibles, los no se puede, los nunca y los jamás.
Aún así, no hemos pedido nada.
La plegaria siempre es escuchada, y extrañamente, nuestra oración es ante todo respuesta antes que súplica. Respondemos como podemos y a nuestro modo a un Dios que tiene todas las primacías, que siempre nos está llamando en frutal silencio con mirada de Padre y manos de Madre.
No hemos pedido nada pues en el nombre de Cristo, la eternidad, la vida sin fin, la Buena Noticia, eso que llamamos cielo, se encuentra al alcance de cada corazón creyente.
Paz y Bien
En cierto modo, pedir tiene un viso de humildad pues reconocemos que, sin dudas, sólos no podemos, que siempre necesitamos de los demás. Todos nos necesitamos entre sí, los más bravos, las más independientes y firmes. No saber o no querer pedir a veces es cuestión de pudor o vergüenza, de timidez silenciosa. El problema comienza cuando existe el convencimiento, producto de un falso orgullo, de que no tenemos que pedir, de que todo lo podemos por nuestra cuenta; de allí a tomar por la fuerza lo que no nos pertenece hay pocos pasos.
Pedir nos acerca a nuestra estatura real y veraz de mujeres y hombres quebradizos y limitados, todos, sin excepción.
Cuando ello se traslada a los ámbitos de la fé, una fé que transforma la totalidad de la existencia, nos podemos reconocer mendigos de la Divina Providencia, Lázaros malheridos de la misericordia de Dios.
Siempre hay que pedir con confianza. Pan y trabajo, perdón y salud, auxilio, calma, justicia, fortaleza.
La confianza nos la brinda Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor, que nos ha revelado la esencia intrínseca de Dios que es amor, que nada se reserva para sí, que es donación perpetua, eterna, incondicional, infinitamente generosa.
Como niños que se abandonan al amor de su Padre, sabemos que no quedaremos nunca defraudados.
Pero hay más, siempre hay más en nuestros estrechos horizontes. La Resurrección empujó al destierro definitivo todos los imposibles, los no se puede, los nunca y los jamás.
Aún así, no hemos pedido nada.
La plegaria siempre es escuchada, y extrañamente, nuestra oración es ante todo respuesta antes que súplica. Respondemos como podemos y a nuestro modo a un Dios que tiene todas las primacías, que siempre nos está llamando en frutal silencio con mirada de Padre y manos de Madre.
No hemos pedido nada pues en el nombre de Cristo, la eternidad, la vida sin fin, la Buena Noticia, eso que llamamos cielo, se encuentra al alcance de cada corazón creyente.
Paz y Bien
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