Nuestra Señora de Luján, Patrona de la República Argentina
Para el día de hoy (08/05/19):
Evangelio según San Juan 19, 25-27
Los datos, cuando se quita cierta pátina bucólica, se muestran duros, quizás contradictorios. Y es que el milagro de Nuestra Señora de Luján acontece tras andar la carreta por rutas clandestinas de contrabandistas y portando, junto con las imágenes de la Inmaculada Concepción, la siniestra carga de un esclavo, el Negro Manuel, que había nacido en Cabo Verde. Capturado en sus tierras, fué vendido como una mercancía más.
Es duro conciliar, desde eesa cruda perspectiva, milagros, señales de Dios en la historia.
Pero siempre hay otra mirada posible desde la fé, y desde la fé tenemos la serena alegría, la humilde certeza que Dios teje la historia con la gente desde los bordes, que hace música aún cuando haya pentagramas torcidos, que a pesar de todas las tinieblas siempre la luz se abre paso.
Y la Madre del Señor nos lo confirma.
Ella no tiene casa propia, nunca la ha tenido. De niña, vivía con sus padres; ya mujer, su casa era la del carpintero de Nazareth. Al pié de la cruz, como ofrenda absoluta de Cristo, nos brinda a los creyentes el tesoro de su Madre. Desde allí, su casa estará en el hogar de los hijos.
Su presencia tenaz, su ternura obstinada es la mejor de las señales que se prolonga firme a través del tiempo, y nos dice que todos somos hijos, que nadie sobra, que el sueño de Dios es la felicidad de todas sus hijas e hijos, su plenitud, una vida que no se acabe y que florezca en justicia y compasión.
La Madre del Señor, la Virgen Gaucha, continúa estando firme al pié de todos los hijos, especialmente de los más pequeños, de los pobres, de los olvidados, allí donde transcurre su vida cotidiana y los congrega bajo el signo cierto de pertenencia familiar, de raíces fraternas.
Desde estos arrabales y para toda la Iglesia, celebramos amor y presencia que nunca se resigna, y entre sus manos orantes se ampara la Patria, y por eso, confiados, le suplicamos a su corazón purísimo que le hable al Hijo de todos nosotros, y que nunca abandonemos nuestro destino de sal y de luz, para mayor gloria y alabanza de Dios.
Nuestra Señora de Luján, ruega por nosotros.
Paz y Bien
Es duro conciliar, desde eesa cruda perspectiva, milagros, señales de Dios en la historia.
Pero siempre hay otra mirada posible desde la fé, y desde la fé tenemos la serena alegría, la humilde certeza que Dios teje la historia con la gente desde los bordes, que hace música aún cuando haya pentagramas torcidos, que a pesar de todas las tinieblas siempre la luz se abre paso.
Y la Madre del Señor nos lo confirma.
Ella no tiene casa propia, nunca la ha tenido. De niña, vivía con sus padres; ya mujer, su casa era la del carpintero de Nazareth. Al pié de la cruz, como ofrenda absoluta de Cristo, nos brinda a los creyentes el tesoro de su Madre. Desde allí, su casa estará en el hogar de los hijos.
Su presencia tenaz, su ternura obstinada es la mejor de las señales que se prolonga firme a través del tiempo, y nos dice que todos somos hijos, que nadie sobra, que el sueño de Dios es la felicidad de todas sus hijas e hijos, su plenitud, una vida que no se acabe y que florezca en justicia y compasión.
La Madre del Señor, la Virgen Gaucha, continúa estando firme al pié de todos los hijos, especialmente de los más pequeños, de los pobres, de los olvidados, allí donde transcurre su vida cotidiana y los congrega bajo el signo cierto de pertenencia familiar, de raíces fraternas.
Desde estos arrabales y para toda la Iglesia, celebramos amor y presencia que nunca se resigna, y entre sus manos orantes se ampara la Patria, y por eso, confiados, le suplicamos a su corazón purísimo que le hable al Hijo de todos nosotros, y que nunca abandonemos nuestro destino de sal y de luz, para mayor gloria y alabanza de Dios.
Nuestra Señora de Luján, ruega por nosotros.
Paz y Bien
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