La paz es fruto primero de la justicia e hija dilecta de la verdad














Domingo 6º de Pascua

Para el día de hoy (26/05/19):  


Evangelio según San Juan 14, 23-29 







Jesús se vá, la sombra ominosa de la cruz está allí con sus fauces expectantes. En medio de la tristeza, el miedo y la soledad que ya comienzan a cercar a sus amigos, hace una declaración asombrosa: a pesar de su partida, Él estará con ellos y con los que vengan después de ellos, siempre presente y vivo.

Nadie se vá del todo. 
A partir de la Resurrección tenemos la certeza pentecostal de que el Maestro se quedará entre nosotros para siempre en Espíritu, presencia real y total.

Es asombroso, y es un éxodo difícil de expresar en términos humanos, porque habla del amor entrañable de un Dios que se despoja en su totalidad, no reservándose nada para sí.
Ese éxodo implicará que el Dios del Universo no tendrá por morada ese Templo inmenso que proyecta su sombra sagrada por todo Israel y más allá de sus fronteras. A partir de entonces, Dios habitará amorosamente en los corazones de los fieles, cada mujer y cada hombre capaces de dejarse transformar por Dios.
Por ello mismo, cada mujer y cada hombre son sagrados, por ser imagen del Creador y por ser templos vivientes de ese Dios que quiere florecer la creación. 

La vida humana es sagrada, y cualquier afrenta que se haga contra ella -de cualquier forma- es afrenta a un Dios que es Padre y que también es Madre.

No hay automatismos ni pases mágicos. Hay proceso, hay crecimiento, hay donación de la vida en la ilógica del Reino.
Es menester guardar la Palabra, dejarla crecerse en las honduras de la existencia; y precisamente guardarla enriquece porque se comparte como se comparten los días, los minutos, los instantes de tan valiosos que se asoman.

Ya no estaremos solos, y descubrimos esa bendición mayor que es la paz, una paz que se edifica y construye a partir de la vida que se ofrece generosa, una vida que es plena cuando se la comparte en comunidad, una vida que rumbea hacia la felicidad desde aguas pacíficas. Esta paz no es ley que se impone ni capricho que se dispone, no es cosa de poderosos ni tampoco ausencia de conflictos visibles.

Es el fruto primero de la justicia e hija dilecta de la verdad, la paz de Jesús, nuestra paz.

Paz y Bien

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