Para el día de hoy (13/05/19):
Evangelio según San Juan 10, 1-10
Cada vez que nos acercamos a la Palabra de Dios, es menester ejercer cierto tipo de prudencia que es la de dejar en los umbrales todo tipo de preconceptos. Quizás, uno de ellos en este caso sea el pensar que el Evangelio para el día de hoy tiene por destinatario principal la clerecía o aquellos que tienen una función eclesiástica específica, en un momento puntual.
Solemos olvidar el carácter de catolicidad, es decir de universalidad, y el mandato de Jesús de Nazareth de llevar la Buena Noticia a todas las naciones y todos los sitios. Más frutal es, entonces, embarcarnos en la nutricia reflexión sabiendo que Dios nos habla hoy y nos habla a todos.
El Maestro se valía de situaciones y lugares conocidos por sus oyentes para enseñar y revelar los misterios del Reino de Dios y de ese amor infinito, y nosotros en ese aspecto nos hemos quedado muy lentos en el diálogo con las mujeres y los hombres de hoy. La Buena Noticia ha de anunciarse a partir de lo que las gentes saben y conocen, semilla asombrosa que ha de crecer imparable y frondosa.
El conocía bien qué sucedía en la Judea del siglo I, en la realidad de todos esas mujeres y hombres que le escuchaban con atención: tierra rocosa, semi desértica, en donde más que espacios de cultivo hay tierras de pastoreo, la crianza del ganado ovino devenía fundamental, especialmente en la producción de lanas para el vestido y para el comercio.
En ese trabajo, los pastores desarrollaban sus tareas con el rebaño asignado a menudo por años, y obviamente llevaba a un conocimiento muy particular del pastor y las ovejas, y a vínculos muy profundos entre ellos.
En esas aldeas judías, solía haber un gran corral comunitario en donde todos los rebaños de la vecindad se juntaban por una cuestión de protección; pero, a su vez, dentro de ese corral grande había pequeños rediles en donde cada rebaño específico tiene su sitio. Esos espacios particulares no tienen portón o tranquera, sino sólo una pequeña abertura en la que el pastor tendía su manta, convirtiéndose él mismo en puerta, en acceso pero a la vez en protección de esas ovejas que conoce bien. El pastor protege y se hace puerta del rebaño con su cuerpo, con su propia vida.
Por eso los verdaderos pastores tienen un imperecedero perfume a oveja, tal es su cercanía y su contacto.
De ese corral y de cada redil salia cada rebaño a pastar. En medio de la multitud de ovejas, no es impensable que muchas de ellas se extravíen. Pero las ovejas conocen bien a su pastor y éste a su vez las reconoce a cada una, y evita que se pierdan llamándolas por su nombre, un nombre que es identidad única, irrepetible e intransferible.
Si nos detenemos un momento, hablamos de ovejas, que no de borregos sumisos amontonados en un espacio en donde todos son una masa informe. Hablamos de ovejas plenas, que no están encerradas para su venta o para que no escapen, sino que habitan un recinto amplio en donde cada una es reconocida en su subjetividad primordial, en su carácter personal, en donde hay protección, con-vivencia y reconocimiento entre ellas.
Hay que volver a confiar en las ovejas, si señor.
El rebaño no es propiedad del pastor, el pastor sólo es servidor eficaz y dedicado de esas ovejas que son de Alguien infinitamente mayor.
Y las ovejas saben reconocer la voz señera y clara del Buen Pastor; hay muchas otras voces de ladrones y apropiadores que sólo buscan su beneficio. Por eso los buenos pastores se reconocen por la salud de sus rebaños.
Hoy celebramos a los buenos pastores pero,más aún, a los buenos rebaños.
Todos pertenecemos al mismo Dueño que hará lo imposible por la felicidad de pastores y ovejas.
Paz y Bien
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