Para el día de hoy (06/05/19):
Evangelio según San Juan 6, 22-29
Ellos andaban a los tumbos. El Maestro parecía tener una capacidad elusiva impresionante, pues cuanto más se empeñaban en seguirle y encontrarle, más se les escapaba y lo encontraban de manera inesperada.
En parte, es la consecuencia de ocuparse de lo coyuntural y tan a menudo fútil -miradas cortas-: ellos mismos son los que pretendían, a la fuerza y merced a cierta interpretación tortuosa del milagro de la multitud alimentada, coronarle rey de Israel.
Pero los caminos del Señor no son suyos, como tampoco los caminos de Dios son los nuestros.
En ese Espíritu de libertad absoluta que impulsa a Jesús de Nazareth, Él siempre llega primero y nos sorprende, pues no llegamos a entender cómo lo hace.
Pero Él sabe que esa pregunta no es demasiado importante, lo raigal es aquello a lo que el corazón se aferra. Lo que permanece o lo que perece, lo perenne o lo vano.
En demasiadas ocasiones buscamos a un dios aspirina que nos alivie los quebraderos de cabeza en que, en nuestras torpezas, nos solemos sumergir. O el dios calmante, aquél que es objeto de frenéticas súplicas en los momentos difíciles, para que nos aplaque las tormentas y ya, no más que eso. O el dios terapeuta que nos resuelve algún que otro conflicto, para seguir boyando entre nimiedades y sinsentidos que son rutina, cotidianeidad sin sazón, harina sin fermento que nunca será pan bueno.
Muchos dioses o, mejor dicho, muchas caricaturas de dioses fingidos así buscamos. Pero en nada tienen que ver con el Dios de Jesús de Nazareth.
Este Dios se revela como amor, es decir, un Dios que de continuo sale de sí mismo, y en nada se reserva, y que se desvive por los demás, Dios de la vida donada sin condiciones, Dios de la generosidad y la bondad absolutas.
Habitamos los limitadísimos terrenos del yo, del egoísmo, de universos muy menores de los que no creemos soles, y allí -precisamente allí- invertimos los reales valores de las cosas, de lo que perece, de lo que permanece, de lo que en verdad es eterno. Y es preciso emigrar, hacer un éxodo sin regresos a los confortables platos de comida de los esclavos.
El paso salvador de Dios por nuestras vidas nos impulsa hoy a descentrarnos de nosotros mismos, que se nos expanda ese universo hacia infinitos en donde no hay cotos de tiempo, donde el sol que nos haga girar sea ese Dios, cuya luz destella en Cristo, nuestro hermano y Señor, comenzar a creer de verás, una fé que es don y misterio de confianza y que es respuesta a ese llamado primordial a vivir plenos junto a los hermanos.
Paz y Bien
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