Cristo, presencia constante de Dios
















Para el día de hoy (18/05/19) 

Evangelio según San Juan 14, 7-14








La pregunta de Felipe nos involucra, nos representa y nos conmueve con su crudeza: quiere ver al Padre pero no ha sabido verlo en Jesús de Nazareth. Se ha quedado en la manifestación externa que es valiosa, pero que requiere la profunda mirada de la fé que trasciende la superficie del signo visible y se dirige a los planos sobrenaturales que están fecundando los días.

En el pedido de Felipe subyace uno de los interrogantes mayores de la humanidad. En tiempos tan secularizados como vivimos, quizás no tenga demasiada relevancia -todo parece haber perdido gravitación- pero en todo corazón anida el deseo y las ganas de trascendencia, el ansia de ir más allá de la biología, la búsqueda de las respuestas a las preguntas primordiales: de dónde venimos, adónde vamos, por quién.

El secularismo es un veneno seductor que socava los corazones, quizás sin demasiadas señales pero con un persistente dolo que cercena miradas y coarta horizontes; de ese modo, todo parece acotarse a lo que puede palparse, a lo que se percibe por los sentidos, a lo empírico.
Sin embargo y muy especialmente en los últimos veinte años, la confluencia de los medios tecnológicos masivos inauguraron otra vertiente igual de peligrosa, lo virtual, mundos que no se corresponden con la realidad más profunda del ser humano, ilusiones que todo condicionan pues detrás de la re-presentación se esconde la verdad, esa misma que nos hace libres.

Aún así, como un sucedáneo banal de fuga ad nauseam, el mundo propone el sopor conveniente de pseudo doctrinas que todo banalizan, supersticiones disfrazadas de modernidad que nos aislan y en las que no hay ni un ápice de fraternidad, de justicia, de misericordia. En esas supersticiones no tienen espacio el otro, el prójimo, el hermano.

La vida cristiana, el seguimiento de Cristo nos apresura, nos urge a mirar y ver la realidad con otra mirada, ojos profundos capaces de reconocer las huellas santas de Dios en la historia. Y esas huellas pueden felizmente encontrarse también fuera de los ámbitos de la Iglesia, de la fé cristiana.

La Encarnación motiva nuestra esperanza, un Dios tan involucrado en nuestras cosas que se ha hecho tiempo, historia, vecino, un Hijo queridísimo que acampa entre nosotros.

Paz y Bien

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