Para el día de hoy (15/05/19):
Evangelio según San Juan 12, 44-50
La Palabra de Dios es Palabra de vida y Palabra viva que nos habla hoy, nos interpela, nos despierta y con frecuencia nos pone evidencia.
Así el Evangelio es Buena Noticia y enseñanza del Maestro en un presente perpetuo, en el siglo I, en nuestros días y en los días de aquellos que vengan tras de nosotros hasta el retorno final del Señor.
En la lectura que la liturgia del día nos ofrece nos encontramos con un Cristo que eleva su voz, que enarbola un grito dirigido no solamente a esos hombres empecinados en el odio y en la incredulidad en el Templo de Jerusalem, sino a todas las gentes de todos los tiempos, entre los que nos encontramos también nosotros mismos.
Su grito realza la importancia fundamental de lo que revela, para que no se pase por alto, para que se escuche y no se olvide, y es que quien cree en Cristo cree también en Dios, el Padre. Dios es Jesús y Jesús es Dios, la fé en Cristo y la fé en Dios son indivisibles. El Padre y el Hijo son uno.
Mensaje para los creyentes: la fé en Jesucristo no se agota en una creencia, en una idea abstracta a la cual se adhiere. La fé en Jesucristo es, precisamente, seguir a una persona, a la persona del Resucitado, sacerdote eterno, puente hacia Dios.
En el Templo, unos enormes hachones iluminaban la imponente construcción y su fulgor se distinguía a varios kilómetros de distancia. Justamente allí, el Maestro se presenta como la luz del mundo; la luz no es ya un hecho físico ni una expresión alegórica, sino la persona de Jesucristo que nos tiende desde un amor infinito la voluntad salvadora de Dios para todos los pueblos. Para que nadie se pierda, para que florezca la Gracia y despunte un sol de justicia, para que la muerte no se afinque por todas partes, pues en Cristo se revela el amor incondicional que Dios tiene por toda la humanidad.
Paz y Bien
Así el Evangelio es Buena Noticia y enseñanza del Maestro en un presente perpetuo, en el siglo I, en nuestros días y en los días de aquellos que vengan tras de nosotros hasta el retorno final del Señor.
En la lectura que la liturgia del día nos ofrece nos encontramos con un Cristo que eleva su voz, que enarbola un grito dirigido no solamente a esos hombres empecinados en el odio y en la incredulidad en el Templo de Jerusalem, sino a todas las gentes de todos los tiempos, entre los que nos encontramos también nosotros mismos.
Su grito realza la importancia fundamental de lo que revela, para que no se pase por alto, para que se escuche y no se olvide, y es que quien cree en Cristo cree también en Dios, el Padre. Dios es Jesús y Jesús es Dios, la fé en Cristo y la fé en Dios son indivisibles. El Padre y el Hijo son uno.
Mensaje para los creyentes: la fé en Jesucristo no se agota en una creencia, en una idea abstracta a la cual se adhiere. La fé en Jesucristo es, precisamente, seguir a una persona, a la persona del Resucitado, sacerdote eterno, puente hacia Dios.
En el Templo, unos enormes hachones iluminaban la imponente construcción y su fulgor se distinguía a varios kilómetros de distancia. Justamente allí, el Maestro se presenta como la luz del mundo; la luz no es ya un hecho físico ni una expresión alegórica, sino la persona de Jesucristo que nos tiende desde un amor infinito la voluntad salvadora de Dios para todos los pueblos. Para que nadie se pierda, para que florezca la Gracia y despunte un sol de justicia, para que la muerte no se afinque por todas partes, pues en Cristo se revela el amor incondicional que Dios tiene por toda la humanidad.
Paz y Bien
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