Para el día de hoy (11/12/18):
Evangelio según San Mateo 18, 12-14
Demasiados reglamentos religiosos estaban vigentes en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth -¿sólo en esos tiempos?-. Esas normas rigurosas delimitaban el acceso a las celebraciones sagradas y a la vida piadosa a un número creciente de publicanos y pecadores públicos; a su vez, es necesario tener en cuenta que la colonización de mentes y corazones no es un fenómeno reciente, y en esa inteligencia otros tantos se autoexcluían de los beneficios divinos por resultarles imposible encontrarse entre el reducido número de los aptos, los puros, los reverenciables, los religiosamente correctos.
No es cosa de espantarse, claro está. Como siempre, se trata de hombres severos y profundamente religiosos que creen portar atribuciones suficientes para condicionar en los demás el acceso al amor de Dios, reglamentando el culto y la plegaria, una espiritualidad de ceño fruncido, un Dios severo y distante aislado en un cielo exceptuado de sonrisas. Nunca Abbá.
Como siempre, hay que regresar al Padre bondadoso de Jesús de Nazareth.
En la asombrosa dinámica de la Gracia, no cuentan tanto los méritos que se acumulan como la insondable ternura de un Padre que sale de sí mismo al encuentro de lo que está perdido, de lo que nadie busca, de lo que se razona y justifica su extravío y su pérdida. Un Dios que alegremente nos disuelve los no se puede, los nunca, los jamás.
No hay miseria mayor que, siquiera, se arrime a los umbrales de la misericordia.
Con todo y a pesar de todo, a este Dios le duelen las hijas y los hijos abandonados y descartados. Todos cuentan, todos, sin excepción, y el reencuentro con los perdidos siempre es motivo de celebración.
El Adviento -tiempo santo de Dios que sale al encuentro- nos vuelve a ubicar en perspectiva santa, en esa misericordia que rescata, transforma y compromete. Está en nuestras manos dejarse encontrar por ese Dios incansable, que nunca baja los brazos, que no conoce resignaciones ni deserta en su profundo afecto.
Paz y Bien
No es cosa de espantarse, claro está. Como siempre, se trata de hombres severos y profundamente religiosos que creen portar atribuciones suficientes para condicionar en los demás el acceso al amor de Dios, reglamentando el culto y la plegaria, una espiritualidad de ceño fruncido, un Dios severo y distante aislado en un cielo exceptuado de sonrisas. Nunca Abbá.
Como siempre, hay que regresar al Padre bondadoso de Jesús de Nazareth.
En la asombrosa dinámica de la Gracia, no cuentan tanto los méritos que se acumulan como la insondable ternura de un Padre que sale de sí mismo al encuentro de lo que está perdido, de lo que nadie busca, de lo que se razona y justifica su extravío y su pérdida. Un Dios que alegremente nos disuelve los no se puede, los nunca, los jamás.
No hay miseria mayor que, siquiera, se arrime a los umbrales de la misericordia.
Con todo y a pesar de todo, a este Dios le duelen las hijas y los hijos abandonados y descartados. Todos cuentan, todos, sin excepción, y el reencuentro con los perdidos siempre es motivo de celebración.
El Adviento -tiempo santo de Dios que sale al encuentro- nos vuelve a ubicar en perspectiva santa, en esa misericordia que rescata, transforma y compromete. Está en nuestras manos dejarse encontrar por ese Dios incansable, que nunca baja los brazos, que no conoce resignaciones ni deserta en su profundo afecto.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario