Para el día de hoy (20/12/18):
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
El estilo redaccional de San Lucas nos lo advierte desde un comienzo: Nazareth es una ciudad galilea, un villorio perdido de provincias. No trae reminiscencias bíblicas, no se encuentra en el centro geográfico de Judá -como por ejemplo Ain Karem, en donde viven Zacarías e Isabel- ni tampoco en el centro religioso y político de Israel, Jerusalem. Muchos de los eruditos declaman con seriedad que nada bueno puede salir de allí, zona sospechosa de impureza, el borde mismo de la periferia.
Como en un contrapunto, la anunciación a Zacarías acontece entre la sagrada imponencia del Templo de Jerusalem, mientras que la Anunciación a María se desplaza a una aldea polvorienta que casi nadie conoce, y ese desplazamiento nos despierta cierta intuición: parece que lo sagrado -representado por el Ángel- está dejando el ámbito esplendoroso del Templo hacia la humildad de esa muchacha galilea, niña que es un templo vivo y latiente de la Gracia de Dios.
El Ángel llega a Nazareth y llega a su casa: el detalle es muy importante. En aquel tiempo, las mujeres no tenían otro derecho que el que les llegaba por los varones de la familia. Realmente, su hogar debía ser la casa paterna, y sin embargo el Evangelista señala con precisión que el Mensajero llega a su casa, signo ineludible de un Dios que llega y se hace morada en los corazones de los creyentes.
María de Nazareth es una pequeñísima flor del campo, silvestre, que casi ni se vé, por ser pobre, provinciana y mujer. Ella es transparente de tan pura y es tan hermosa en su humildad que un Dios asombroso se enamora de ella con la misma intensidad conque ama a su creación.
La esposa primera, Israel, ha sido tenazmente infiel y obstinada en su esterilidad. En María y con María, Dios celebra esponsales definitivos con la humanidad.
Ella se conmueve y seguramente se ruboriza. Es una niña que ingresa al mundo de los adultos con rapidez, y ese saludo cordial la conturba como lo hacen los humildes frente a la presencia de Dios.
Agraciada -plena de Gracia- se descubrirá feliz porque el Todopoderoso la ama y porque ha puesto su mirada y su ternura en su pequeñez.
La entonación del Ángel trasunta un tenor de respeto y cordialidad que es infrecuente, que no se condice con nuestras ganas de creer en un Dios que impone deseos sin preguntar.
Con todo y a pesar de todo, Ella dirá Sí! desde un corazón inmaculado, desde un alma sin mancha, desde su pequeñez que se completa y magnifica por el amor de Dios, el mismo amor que le hace crecer un Bebé santo en su seno.
El Hijo que vendrá se llamará Jesús -Dios salva-. Por su padre legal, José, será descenciente de David y por ello reinará sobre la casa de David, corona judía; a su vez reinará también sobre la casa de Jacob, el reino del Norte, y ello es fundamental: unificará en su reinado al pueblo elegido, quebrantado por las guerras y por luchas intestinas, y desde allí proyectará su luz a todos los pueblos y todas las naciones en un Reino sin fin.
La Anunciación del Señor, Anunciación a María, es el saludo cordial de Dios a toda la humanidad. De un Dios que se inclina decididamente a favor de los pequeños, que exalta a los humildes, que se hace tiempo, historia, vecino, Hijo queridísimo en nuestros brazos para la Salvación, merced al Sí1 confiado y creyente de esa muchacha de sol.
Paz y Bien
Como en un contrapunto, la anunciación a Zacarías acontece entre la sagrada imponencia del Templo de Jerusalem, mientras que la Anunciación a María se desplaza a una aldea polvorienta que casi nadie conoce, y ese desplazamiento nos despierta cierta intuición: parece que lo sagrado -representado por el Ángel- está dejando el ámbito esplendoroso del Templo hacia la humildad de esa muchacha galilea, niña que es un templo vivo y latiente de la Gracia de Dios.
El Ángel llega a Nazareth y llega a su casa: el detalle es muy importante. En aquel tiempo, las mujeres no tenían otro derecho que el que les llegaba por los varones de la familia. Realmente, su hogar debía ser la casa paterna, y sin embargo el Evangelista señala con precisión que el Mensajero llega a su casa, signo ineludible de un Dios que llega y se hace morada en los corazones de los creyentes.
María de Nazareth es una pequeñísima flor del campo, silvestre, que casi ni se vé, por ser pobre, provinciana y mujer. Ella es transparente de tan pura y es tan hermosa en su humildad que un Dios asombroso se enamora de ella con la misma intensidad conque ama a su creación.
La esposa primera, Israel, ha sido tenazmente infiel y obstinada en su esterilidad. En María y con María, Dios celebra esponsales definitivos con la humanidad.
Ella se conmueve y seguramente se ruboriza. Es una niña que ingresa al mundo de los adultos con rapidez, y ese saludo cordial la conturba como lo hacen los humildes frente a la presencia de Dios.
Agraciada -plena de Gracia- se descubrirá feliz porque el Todopoderoso la ama y porque ha puesto su mirada y su ternura en su pequeñez.
La entonación del Ángel trasunta un tenor de respeto y cordialidad que es infrecuente, que no se condice con nuestras ganas de creer en un Dios que impone deseos sin preguntar.
Con todo y a pesar de todo, Ella dirá Sí! desde un corazón inmaculado, desde un alma sin mancha, desde su pequeñez que se completa y magnifica por el amor de Dios, el mismo amor que le hace crecer un Bebé santo en su seno.
El Hijo que vendrá se llamará Jesús -Dios salva-. Por su padre legal, José, será descenciente de David y por ello reinará sobre la casa de David, corona judía; a su vez reinará también sobre la casa de Jacob, el reino del Norte, y ello es fundamental: unificará en su reinado al pueblo elegido, quebrantado por las guerras y por luchas intestinas, y desde allí proyectará su luz a todos los pueblos y todas las naciones en un Reino sin fin.
La Anunciación del Señor, Anunciación a María, es el saludo cordial de Dios a toda la humanidad. De un Dios que se inclina decididamente a favor de los pequeños, que exalta a los humildes, que se hace tiempo, historia, vecino, Hijo queridísimo en nuestros brazos para la Salvación, merced al Sí1 confiado y creyente de esa muchacha de sol.
Paz y Bien
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