Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete
Para el día de hoy (16/12/18):
Evangelio según San Lucas 3, 2b-3. 10-18
Estamos en un tiempo muy especial, kairós, tiempo santo de Dios y el hombre. Precisamente, es reflejo de la Encarnación un Dios que acampa entre nosotros comenzando por los más humildes, desde los pequeños como María de Nazareth.
La voz del Bautista se vuelve a elevar en este Adviento como hace veinte siglos, pues la voz de los profetas nunca queda perimida, ni se extingue, ni es anacrónica.
Juan nos está llamando la atención con su voz clara, fuerte, íntegra.
Está llegando Aquél que es el más importante del universo, Aquél que todo lo transforma, Aquél que es la respuesta a todos los interrogantes más profundos, Auqél que es nuestra vida y nuestra esperanza.
Hemos de estar preparados. Allanar sus caminos es encarnar cada días, todos los días la justicia, una justicia que impone ajustar nuestra voluntad a los sueños de Dios, que tiene un proyecto de plenitud para toda la humanidad y para cada uno de nosotros.
Quizás los grandes proyectos, las conquistas de justicia social de las naciones -que se establecen a través de la acción política- comiencen corazones adentro. Muy personalmente antes que individualmente. En cada horizonte está Dios inevitablemente unido al prójimo.
La solidaridad que se proclama en acciones concretas, que restablece vínculos rotos, que se practica a diario, sin grandilocuencias ni declamaciones vanas. La solidaridad derriba con arrolladora humildad los malos muros que el egoísmo edifica y que nos separan y nos aíslan.
Desunir a las comunidades con cualquier modo y bajo cualquier pretexto bordea lo imperdonable. Es una maldición.
Es cosa de Dios también desertar fervorosamente de toda corrupción. Corrupción es muerte, la que se vé a simple vista y también la que se esconde tras buenos discursos.
A cada uno, lo suyo. El rasero aplicado hacia abajo no iguala, Aplasta. Los escalones por los cuales el prójimo, a veces trabajosamente, asciende, siempre son motivos de serena celebración.
Quizás cuando escuchamos una voz profética como la de Juan, se nos encienden las expectativas y se nos despierta la esperanza. Pero la euforia es peligrosa. Es menester mirar y ver. No hay que seguir ídolos, y el Señor es uno solo. Sólo ante Él se han de doblar las rodillas.
Esos mismos fuegos parecían apropiarse de las gentes que escuchaban al Bautista, esas ganas de depositar en otro lo que uno mismo debe hacer.
Y aunque somos pequeñísimos, somos importantes, muy importantes a los ojos de Dios.
Juan lo sabe en sus huesos, en las honduras de su alma inmensa. Y aunque sus palabras tengan un cierto tenor de dureza, nos renuevan desde las propias raíces.
En estos tiempos tan oscuros y confusos, también nos preguntamos qué debemos hacer.
Practicar la justicia. Convertirse, porque conversión es converger hacia Dios y hacia el hermano.
Domingo de Gaudete, Domingo de regocijo por Aquél que ya está por llegar, Dios-con-nosotros, un Dios que es justicia y liberación porque ambas son motivo de alegría y de un mundo nuevo, de una vida digna, de un tiempo grato para vivirse.
Paz y Bien
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