Segundo Domingo de Adviento
Para el día de hoy (09/12/18):
Evangelio según San Lucas 3, 1-6
En este segundo Domingo de Adviento nos encontramos con una serie de coordenadas extrañamente precisas. Y resultan sorprendentes pues los Evangelios no son relatos históricos, sino crónicas espirituales, teológicas, en donde nada es circunstancial ni casual. Hay diversos niveles de profundidad a los que estamos invitados a sumergirnos, profundizar corazón adentro en una Palabra que es Vida y está viva.
Hitos históricos. El pretor romano de Tierra Santa es Pilato; Herodes Antipas es tetrarca de Galilea, y su hermano Filipos tetrarca de Iturea y Traconítide, mientras que Lisanias regía en la tetrarquía de Abilene.
Anás y Caifás son los sumos sacerdotes del Templo: en realidad, en ese momento concreto el pontificado era ejercido por Caifás y no poa Anás su suegro. El sumo sacerdote era designado bajo la venia expresa del ocupante romano, quienes eligieron a Caifás, quien sucede en el cargo a Anás, que era su suegro. Sin embargo este último tiene un poder enorme, manda en el Sanedrín y posee todos los privilegios de tan alta posición. Esos dos hombres deciden sobre los corazones del pueblo judío.
Sin embargo, el verdadero poder lo detenta Tiberio, el emperador. Herodes y los otros tetrarcas son marionetas, gobernantes vasallos odiados con fervor por el pueblo más sencillo. El que decide es Tiberio, y sus decisiones las ejecuta Pilato, bruto y cruel, respaldado por el poder de las legiones estacionadas en la zona.
Los títulos y las funciones nos sitúan con precisión en un momento único de la historia humana, que excede a la cronología de Israel.
No hay casualidades ni menciones al pasar en el Evangelio.
Nos encontramos en una encrucijada de la historia en donde se entrecruzan las cosas de Dios y las cosas de los hombres.
A pesar del poder imperial romano, del fasto de los tetrarcas, de la brutalidad del pretor, a pesar de que los sumos sacerdotes son los únicos que pueden acceder al reducto santísimo del Templo, todos ellos parecen haber enmudecido.
Dios no se dirige al César, ni a sus subalternos, ni a los profesionales expertos de la religión.
Dios le habla a un hombre joven y humilde, Juan, hijo de Isabel y Zacarías.
Juan no ocupa palacios ni viste lujosos ropajes.
Él habita en el desierto, se viste con pieles de animales y se alimenta de miel silvestre, despojado de todo lo superfluo, puro en su alma, puro en sus gestos, puro en sus acciones.
El desierto, simbólicamente, es el punto de encuentro de los corazones con su Dios, y allí no prevalecen las miserias de las ciudades.
Desde allí se alza la voz de Juan con la fuerza de la verdad. sin ambages de conveniencia, voz de Dios que se hace puente y convite de regreso, con todo y a pesar de todo lo que somos, lo que hacemos y lo que omitimos.
Andamos por veredas sinuosas, y es menester enderezar lo que se ha torcido, en alegre regreso a Dios y al hermano. Heridos sin remedio aparente por el pecado que demuele y quebranta, todos necesitamos el perdón que restaura y nos poné de pié, nuevamente en camino.
Dios nos sale al encuentro, en la luminosa encrucijada de Belén.
Paz y Bien
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